jueves, 15 de noviembre de 2018

RECUERDOS DE MI MANUEL: La matanza






El 11 de noviembre, por San Martín, las calles de La Roda se llenaban de gruñidos y chillidos de cerdos. Había llegado el tiempo de las matanzas. A todo cerdo le llega su San Martín. El marrano come para su muerte. Mimado, exento de trabajar todo el año, el cerdo se va cebando con su propia gula, acumulando grasas y jamones. En aquellos tiempos, cuando yo era niño, el cerdo vivía mejor que hoy que es alimentado artificialmente en granjas asépticas. El cerdo vivía en su pocilga y comía de todo. Lo que más le gustaba y mejor sabor daba a sus carnes eran las cáscaras de melón o de patatas. También comía hozando y gruñendo de placer unos amasijos de avena con todas las sobras de la comida.
 
Para nosotros, los chiquillos, el día de la matanza era una gran fiesta. Sacaban al gorrino que chillaba como un demonio - quizás el animalito presentía lo que le esperaba - atado del cuello por una soga y agarrado por la boca con un gancho y tiraban de la bestezuela hasta una mesa colocada en mitad de la calle. Entre cuatro fornidos hombres aupaban al animal a la mesa, sobre la que era tumbado de costado y fuertemente sujetado. De nada servían los chillidos, impotente protesta de la criatura ante su inminente sacrificio. El matachín le frotaba con la manga de su blusón enérgicamente el cuello hasta que enrojecía el lugar de la aorta y allí de una certera puñalada le clavaba hasta el puño el largo y afilado cuchillo. El grito del puerco era ensordecedor como el asombro de la muerte. Poco a poco los gritos se iban convirtiendo en gruñidos cada vez más flojos, casi en sumisas quejas ante un destino inevitable, como si el cerdo pidiese perdón por su muerte y perdonase a su vez a sus verdugos. Una mansa dulzura se apoderaba de aquel tosco cuerpo que entregaba su sangre en un chorro que iba a caer a un lebrillo en manos de una mujer que removía constantemente la sangre para que no cuajara. Lo que era al principio un surtidor se iba haciendo un hilillo hasta cesar por completo. Un leve estremecimiento recorría el cuerpo de la víctima que con un inaudible suspiro entregaba su alma porcina a Dios. Yo, aunque era un niño, intuía en aquel momento que el universo había dejado de existir en una parcela de vida. Entonces se procedía a churrascar el cadáver del cerdo con unos tejos calientes. Rapado el animal, se le lavaba y   se pasaba a la operación más apasionante para nosotros los chiquillos: el descuartizamiento. Se le abría en canal e iban saliendo las entrañas calientes que en el aire fría exhalaban vapor. El matachín sacaba de la barriga del cerdo algo que nos arrojaba a los chiquillos que disputábamos por cogerlo: la vejiga del cerdo. Convenientemente lavada, la inflábamos como un globo y   nos servía de juguete. Se podía jugar con ella a la pelota. También nos servía para atizar con ella vejigazos en la cabeza a los demás chiquillos. Hacía mucho ruido, pero no hacía daño. Si dejábamos escapar el aire a presión, lentamente, soltaba pedos. Por eso llamábamos también a la vejiga del cerdo “la pedorra”.
 
Era un gran honor y un gran acontecimiento ser invitado a una matanza. En la gran cocina hervían grandes cacerolas de agua colocadas sobre trébedes. Las mujeres iban metiendo en orzas los embutidos, salchichas y morcillas. Nos daban a beber un sabroso caldo del morro o del rabo del cerdo, también comíamos “ajo de mataero”, y con la punta de la navaja íbamos pinchando trocitos de sangre frita. Aunque éramos pequeños, ese día nos dejaban dar algún tiento que otro al porrón del vino, ese vino manchego que en el porrón parece agua, pero que a los pocos tragos se sube a la cabeza y puede dar con tus huesos en el suelo, si no estás acostumbrado a beberlo. También había dulces: los mantecados de La Mancha, que se deshacían en la boca con sorbos de anís. Cuando salíamos a la calle no notábamos el frío siberiano de la llanura manchega y las estrellas parecían jugar al corro sobre nuestras cabezas.

Como en una sola calle había varias matanzas, aquel día no comíamos en casa. Recuerdo más de un cólico y  más de una infantil melopea. Pero que nos quitasen lo bailado. En aquellos días de penuria de la posguerra, cuando nos caía algo de comer nos hartábamos. Pensábamos que un día es un día.
Manuel Moral
 
 
 


PINCELADA: Albacete Concejo Abierto




Hoy hace exactamente una semana que un grupo de unos 16 amigos de Facebook, todos nosotros de ideas avanzadas, nos reunimos en el recoleto Café del Sur de Albacete. La idea de esa tertulia surgió del ex alcalde de Albacete Manuel Pérez Castell, de José Julio del Olmo y de Antonio Navarro. El motivo:  elaborar propuestas con el objetivo de convertir poco a poco a Albacete en una ciudad más bella y más habitable. Los tres iniciadores venían de casa con los deberes bien hechos, incluso con un estilizado logo en la cartera, especialmente creado para la ocasión por una de las asistentes, la conocida diseñadora gráfica albacetense Ana Navarro. Lo primero que me impactó en él fueron las palabras “Arte”, “Ética” y “Estética”. De color verde sobre fondo blanco, el dibujo tiene una gran similitud con la balanza de la Justicia, símbolo de equilibrio y prudencia. Una buena idea de Ana para llamar al instante la atención del contemplador.
 
Una vez hechas las presentaciones y ya metidos en faena, uno tras uno expresamos de forma abierta y sin cortapisas nuestra opinión. Nada que ver con esas mesas redondas de la tele en las que los participantes gritan, se interrumpen los unos a los otros y no prestan atención a los argumentos de los demás. Claro que nosotros, al contrario de los tertulianos de profesión, somos personas educadas y que saben escuchar. Y es que pronto nos dimos cuenta de que la idea fundamental era la de poner en pie un proyecto común: el de “agorizar” las calles, plazas y jardines de Albacete, muy abandonados en estos últimos años, para el disfrute de vecinos y visitantes de la ciudad. Digo “agorizar” porque todos sabemos que el “ágora” de la antigua Grecia era el lugar donde la gente se agrupaba para hablar o simplemente ir de un lado a otro para poder contemplar los espectáculos que se ofrecían, ya que allí tenían lugar muchas actividades al mismo tiempo.
 
En Albacete no son plazas ni jardines lo que faltan. Sin embargo, la mayoría de ellos están bastante dejados de la mano de Dios, a menudo descuidados y con el mobiliario urbano sucio debido a la plaga de palomas. En vez de ser lugares de ocio para todos, suelen ser tan sólo frecuentados por abuelos o por perros, cuyos dueños sacan regularmente a pasear para que hagan allí sus necesidades. Precisamente, algo que me choca cuando atravieso el cercano Parque Abelardo Sánchez es la falta de actividades lúdicas para la ciudadanía. Una auténtica pena teniendo en cuenta las posibilidades que tiene ese hermoso espacio abierto que, con un poco de buena voluntad por parte de los responsables, se podría convertir por muy poco dinero en un magnífico foro cultural y recreativo para todos los vecinos de nuestra ciudad.
 
 Parques y plazas están ahí para ser vividos y ser parte, estén donde estén, del alma de la ciudad. Eso sólo se consigue si se les insufla vida por medio de pequeñas actividades que no se reduzcan -como la “gerontogimnasia” o los conciertos en el templete- a un par de meses en el verano. ¿Qué tal organizar exposiciones al aire libre o permitir que algunas jóvenes promesas musicales, ávidas de demostrar al público su valía, puedan actuar libremente en esos lugares para que los viandantes se paren a ver o escuchar y no pasen simplemente de largo?
 
Pero lo más bonito de este proyecto, todavía en estado embrionario, es que está pensado para que todos los albaceteños puedan participar con ideas y sugerencias, por encima de razas, creencias religiosas o tendencias políticas, en este caso totalmente fuera de lugar, ya que se trata de construir un proyecto de ciudad común, en el que todas las personas tengan voz, y trasladar estas propuestas a nuestro Ayuntamiento para que las ponga en práctica. Nuestro deseo es conseguir que Albacete se convierta en una ciudad más amable e inteligente, con espacios peatonales y zonas verdes en los que se celebren regularmente actividades de índole cultural (o simplemente recreativas) que sirvan para fomentar las relaciones personales entre los participantes, ya sean vecinos o no de esta ciudad.
 
 Según se desprende de las positivas reacciones que ha tenido el pequeño resumen del acto y el logo de “Albacete Concejo Abierto” que colgó Manuel Pérez Castell en su muro de Facebook, esta iniciativa parece que goza de muy buena salud. Mi imaginación se desboca y cede el paso a aladas fantasías: ante mis ojos tengo a nuestro modesto templete convertido en un “rincón del orador” como el de Hyde Park en Londres, donde los domingos por la mañana se reúne la gente para expresar su opinión sobre cualquier tema, siempre que no vaya contra la Ley. Pero, como no es bueno empezar la casa por el tejado, de momento lo más inmediato va a ser la creación de un grupo en Facebook, al cual todos los albaceteños están invitados a unirse. Después, ya veremos. Como decía mi madre: “Pasito a pasito todo se andará”.
Margarita Rey
 
 
 

CIENCIA: El Chocolate






UN NUEVO ESTUDIO REPLANTEA LOS ORÍGENES DEL CHOCOLATE

La pasión el chocolate pudo empezar mucho antes de lo que se creía. Un nuevo estudio publicado en la revista Nature Ecology & Evolution apunta que el cacao, la planta de la cual proviene el chocolate, fue domesticado para su consumo unos 1.500 años antes de lo que se creía y en un lugar diferente al que estimaban los expertos. De acuerdo con esta nueva investigación, los orígenes del chocolate podrían hallarse en las poblaciones de Sudamérica de hace entre 5,300 y 2,100 años.
 
"Este nuevo estudio nos muestra que las poblaciones que habitaban los tramos superiores de la cuenca del Amazonas, que se extienden hasta las estribaciones de los Andes en el sureste de Ecuador, estuvieron cosechando y consumiendo cacao unos 1.500 años antes de lo que más tarde ocurrió en México", explica Michael Blake, coautor del estudio y profesor en el departamento de antropología de la University of British Columbia (UBC). "Esto sugiere que el uso de cacao, probablemente como una bebida, fue algo que se hizo popular y muy probablemente se acabó propagando hacia el norte por los agricultores que cultivaban cacao", añade el investigador.
 
Hasta ahora, la evidencia arqueológica del uso del cacao, que se remonta a hace 3.900 años, apuntaba a la idea de que el árbol del cacao se domesticó por primera vez en América Central. Pero la evidencia genética hallada muestra la existencia de una mayor diversidad de árbol de cacao y de especies relacionadas en la América del Sur ecuatorial, donde el cacao sigue siendo importante para grupos indígenas contemporáneos. De ahí que los investigadores decidieran empezar a buscar evidencias arqueológicas en la región en búsqueda del orígen del chocolate.
 
La importancia del cacao
Para este nuevo estudio, los investigadores empezaron por analizar artefactos de cerámica hallados en Santa Ana (La Florida), uno de los sitios arqueológicos más importantes de Ecuador y uno de los lugares más antiguos (conocidos) de la cultura Mayo-Chinchipe. Los expertos estiman que este lugar fue habitado hace unos 5.450 años.
 
El análisis de de estos artefactos permitió a los investigadores llegar a la conclusión de que esta cultura usaba cacao hace entre 5.300 y 2.100 años. Un hallazgo que, según explican los expertos, se puede explicar a través de tres tipos de evidencias: la presencia de granos de almidón específicos del árbol de cacao dentro de recipientes de cerámica y piezas de cerámica rotas; los residuos de teobromina, un alcaloide amargo que se encuentra en el árbol del cacao pero no en sus parientes silvestres; y en los fragmentos de ADN antiguo con secuencias exclusivas del árbol del cacao.
 
En este sentido, los investigadores recuerdan que el árbol del cacao (Theobroma cacao) fue un cultivo de gran importancia cultural en la Mesoamérica precolombina, una región histórica y cultural que de América del Norte que se extiende desde el centro de México hasta Belice, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y el norte de Costa Rica. En esta cultura, los granos de cacao se utilizaban como moneda y para elaborar algunas de las bebidas consumidas durante fiestas y rituales.
 

Investigacióna arqueológica y genética
Según explican los investigadores en este nuevo estudio, los hallazgos sugieren que las poblaciones de la cultura Mayo-Chinchipe domesticaron el árbol de cacao al menos 1.500 años antes de que el cultivo fuera utilizado en América Central. Por otro lado, dado que algunos de los artefactos de Santa An (La Florida) tienen vínculos con la costa del Pacífico, los expertos también sugieren que el comercio de bienes - incluidas las plantas de importancia cultural - podría haber iniciado el "viaje hacia el norte" del cacao.
 
De acuerdo a Sonia Zarrillo, autora principal del estudio e investigadora en la Universidad de Calgary, los hallazgos presentados en este nuevo estudio representan una importante innovación metodológica en el mundo de la antropología.

"Por primera vez, tres líneas independientes de evidencia arqueológica han documentado la presencia de cacao antiguo en las Américas: granos de almidón, biomarcadores químicos y secuencias de ADN antiguas", comenta la investigadora. "Estos tres métodos se combinan para identificar definitivamente una planta que, por lo demás, es notoriamente difícil de rastrear en el registro arqueológico porque las semillas y otras partes se degradan rápidamente en ambientes tropicales húmedos y cálidos".

Fuente: EL PERIÓDICO



PENSAMIENTO







“Caminante, no hay camino /
se hace camino al andar”.
Antonio Machado