Perdonar es la premisa para olvidar. Sin el perdón, sin el olvido se hace muy difícil la convivencia, también la convivencia social que es la base principal para vivir en paz y en democracia. Además se hipoteca el futuro. Pero perdonar sin que la otra parte reconozca la culpa es claudicar. La claudicación crispa a la sociedad, vuelven los viejos rencores; en el peor de los casos, se reavivan los odios.
Hasta hoy no comprendo cómo un partido que se presenta como democrático, el PP, se niega a condenar el franquismo, la dictadura de Franco. Sería un gran paso hacia delante en la madurez de nuestra democracia si el Partido Popular votara una declaración conjunta en el Congreso de los Diputados condenando aquel sistema de tanta injusticia, que tanto dolor trajo a tantos españoles. ¿Lo hace porque en sus filas militan viejos franquistas y cachorros del franquismo? El PP ganaría mucho si se distanciara claramente de aquella ideología y enviara a sus militantes de extrema derecha y ex falangistas el mensaje de que los tiempos han cambiado. Que también ellos han de contribuir a que las víctimas del franquismo (me refiero a los familiares de los republicanos asesinados después de la guerra civil) olviden y perdonen; a que todos vivamos en una sociedad plural, de libertad de pensamiento y de expresión y, sobre todo, reconciliada consigo misma. Si el PP es democrático, su deber inaplazable es democratizar a sus afiliados nostálgicos del pasado franquista, convenciéndoles que democracia no es igual a izquierdismo, que se puede ser conservador y demócrata al mismo tiempo. Los muchos votos del PP indican lo urgente que es para España que cale en toda la sociedad la responsabilidad para el convivir ciudadano de todas las ideologías.
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