España: 4 millones 600 mil parados, un índice de desempleo del 20%. Detrás de las cifras se esconden personas de carne y hueso, con necesidades vitales cotidianas y con el fundado temor de ir a aumentar esos más de 8 millones de pobres que existen en nuestra sociedad de consumo. Los pobres: mendigos, pordioseros, carteristas, camellos, drogadictos… Unos se esfuerzan por mantener su dignidad a la luz del día y, por la noche, rebuscan en los contenedores de los grandes supermercados por si encuentran algo que comer o que vender. Para ellos no existe la caducidad. Caduca es sólo la vida. Otros buscan en la delincuencia su supervivencia y son carne de policías, de juzgados y de cárceles. Allí al menos tienen comida y vivienda gratis. Las organizaciones laicas y las religiosas sólo pueden paliar la necesidad: una gota de agua en el océano.
Seguro que el Gobierno tratará de aminorar las consecuencias del paro, pero donde no hay, no hay. ¿De dónde va a sacar el Gobierno todos los recursos necesarios para reducir el paro y para combatir la pobreza? No hace falta ver espacios televisivos como Comando Actualidad, Répor o Callejeros para respirar en nuestro propio hogar el tufo de la pobreza, la resignación de los necesitados, la delincuente energía de los que no se resignan. Queremos ayudar al llamado Tercer Mundo y una muestra la tenemos ante nuestras propias puertas. La acción de los gobiernos es insuficiente. Hace falta una urgente solución global una reforma en profundidad del sistema financiero mundial, del mundo económico. A pesar de la pétrea resistencia de las respectivas oposiciones – el presidente de EE UU, Obama, no lo tiene fácil con sus adversarios republicanos- todos los gobiernos occidentales (en Europa la UE) tienen que acometer esta reforma. A fin de cuentas, para el capitalismo no puede ser rentable que sustanciales territorios del mundo occidental naden en la miseria. Como vemos en el caso de Grecia, los recursos de ayuda son limitados y cada gobierno, como el federal alemán, piensa en primera línea en su propia población. Lo malo es que ya empieza a sonar el nombre de España en los medios extranjeros de comunicación.
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