“Die Zeit” de Hamburgo hablaba de un escándalo internacional. En un largo artículo afirma que “el hombre que como juez de instrucción ha llevado ante los tribunales desde finales de los años ochenta a capos de la droga, terroristas etarras, banqueros de primera fila, políticos internacionales, antiguos miembros del gobierno socialista y políticos locales y regionales conservadores, y que desde hace unos veinte años está acompañado las 24 horas del día por guardaespaldas, como los fiscales antimafia en Italia, debe responder por “prevaricación”. Ha surgido una peculiar coalición de herederos del fascismo de Franco y archienemigos personales, también antiguos izquierdistas, para expulsar al agitador de su cargo con todo el oprobio posible, con efecto disuasorio sobre otros supuestos fanáticos de la justicia”. Concluye “Die Zeit”: “La lucha por los derechos humanos es una tarea internacional que requiere la solidaridad de todos los que tienen competencia sobre ella. Pero exige además la solidaridad de todos los que están comprometidos con ella, y con mayor motivo cuando uno de ellos se vea en dificultades por cualquier pretexto nimio. Garzón es uno de estos casos. Para la justicia española este extraño proceso es ya una vergüenza. Pero si acabara silenciando a Garzón –cosa que hace temer la composición del tribunal-, sería una derrota para la idea y el concepto de derecho penal internacional y para la cooperación contra la criminalidad organizada internacionalmente. Por eso, el caso Garzón no es un bochorno nacional. Es un escándalo internacional”. El artículo lo firma Werner A. Perder.
El diario muniqués “Süddeutsche Zeitung” escribía bajo el título “Víctima de los poderosos”: “Hay buenas razones para considerar vergonzosa la causa contra Garzón (….) Clama al cielo que Garzón vaya a sentarse en el banquillo de los acusados por una querella de los herederos ideológicos de Franco, entre ellos el partido fascista de la Falange… Aunque la comparación no es exacta es como si, trasladando los hechos a Alemania, se encausara al fiscal del proceso contra Demjanjuk porque un partido nazi se querellara contra él”. Para el rotativo muniqués el caso Garzón es además un ejemplo de la fatal polarización de la justicia española. “Esto lo demuestra no tanto la anécdota de que algunos de los jueces del Tribunal Supremo no hayan renunciado a su juramento de lealtad a Franco y el Movimiento, sino la coincidencia temporal –y tal vez casual- de que el último toque de trompeta en la caza de Garzón suene precisamente en el momento en el que intentaba sacar a la luz los oscuros casos de corrupción del Partido Popular…).
Leemos, entre otras cosas, en “The Guardian” de Londres: “Sentar en el banquillo de los acusados a un juez por haber tomado una decisión polémica…es un peligroso ataque a la independencia judicial”. Dice finalmente: “Gracias a Garzón, España se ha convertido en un símbolo de la justicia para las personas que han sido víctimas de atrocidades en todo el mundo. Ahora es la justicia la que puede convertirse en España en víctima”,
Jean-Paul Marthoz escribía en el diario belga “Le Soir”: (…) El juez Garzón tendrá que sentarse en el banquillo por prevaricación. Los simpatizantes de ETA aplauden, los nostálgicos del general Pinochet brindan con champán, los extremistas islámicos se muestran exultantes, los herederos del franquismo entonan el Cara al Sol con el brazo en alto. El proceso contra Garzón empeña la imagen de España en la escena internacional. Insinúa que cierta España no ha entendido nada y que su adhesión a un régimen de libertad se debe más a la conveniencia que a la convicción”.
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