Aquellos eran tiempos cuando los productos los hacían los artesanos y no las máquinas. Cuando no existía aún la producción en serie y los artículos no eran anónimos, sino que tenían, por decirlo así, una personalidad propia, la del artesano que los elaboraba pacientemente en su taller.
Muchos de ustedes aún recordarán al zapatero de la esquina, a quien medio con burla medio con afecto llamábamos el zapatero remendón. Sus zapatos nos duraban toda la vida. Cuando se desgastaban y agujereaban las suelas, nuestro zapatero nos ponía medias-suelas nuevas en un periquete; lo mismo hacía con los tacones e incluso con los zapatos enteros, si éstos estaban ya cochambrosos. Nos los dejaba como nuevos.
Aún no conocíamos la sociedad de consumo, la sociedad de usar y tirar y volver a comprar. Los productos que se fabricaban entonces estaban hechos para que durasen. Ahora no deben durar demasiado, pues ello supondría menos producción y, por lo tanto, menos beneficios y menos puestos de trabajo.
Nuestro zapatero remendón, con su lezna, sus cuchillas afiladas que cortaban el cuero o la goma como si fuesen rebanadas de pan, con su mandil grasiento que olía a sebo, a betún y a sudor, era todo un filósofo que nos decía grandes verdades, esas verdades del pueblo. También era cronista de la ciudad y, muy especialmente, del barrio. Sabía muy bien –cosas de su oficio- de qué pie cojeábamos todos. Naturalmente, alguna vez había que meterlo en vereda y decirle aquello de “zapatero a tus zapatos”. Del oficio de zapatero también conservamos el dicho “encontrtar o hallar la horma de su zapato”. Una primera acepción, quizá la menos usada, es encontrar alguien lo que le acomoda, le conviene o lo que desea. Pero el sentido más corriente de esta expresión es que alguien se tropieza con otra persona que tiene su mismo talante, su mismo carácter, su mismo genio, es decir con quien se le resiste o se le opone con sus propias mañas, artificios o artimañas. A veces esa persona es el amor de su vida, justamente lo apropiado para él. En este caso la relación suele acabar en boda…y poco después en divorcio, que ahora gastamos todo muy deprisa, al contrario que en los tiempos del zapatero remendón.
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