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Esta España ganadora, con muchos jugadores bajitos y flacuchos, no apelaba a la furia, ni a la testiculina
Los triunfos de la selección española de fútbol invitan a caer en la tentación de aplicar, para salir de la abismal crisis económica e institucional que vivimos en España, la receta que permitió convertir en ganador y brillante a un equipo que habitualmente defraudaba, perdía e irritaba a los aficionados.
La selección española de fútbol empezó a ganar cuando dio con un patrón de juego propio, basado en los apoyos mutuos, en el toque, en la paciencia, en la preeminencia de lo colectivo -sobre la base de jugadores con talento-, en la humildad y la honradez. Esta España ganadora, con muchos jugadores bajitos y flacuchos, no apelaba a la furia, ni a la testiculina, ni a la épica que definió el pasado; apelaba a la prudencia, la preparación concienzuda, el respeto al contrario, la humildad y las declaraciones sosegadas.
Posiblemente en España hemos asistido a un proceso inverso en los últimos años: ha habido una exaltación de la codicia como valor organizador de la sociedad en todos los niveles, un afán desatado por acaparar, exhibir y mostrarse hasta lo hortera, un elogio del espíritu del tiburón, un considerar que el que no amasaba dinero es que era un estúpido y una defensa impúdica de la falta de honradez como vía para lo que se consideraba triunfar.
No sería justo englobar a todo el país en esta descripción; en los mismos años del pelotazo y el apogeo de los listillos, en España ha habido, y hay, empresas extraordinariamente bien gestionadas, empresarios con capacidad de iniciativa y gusto por las cosas bien hechas, honrados y preparados. Hay muchos españoles que se pueden englobar en estos calificativos distintos a los del pícaro; pero lo que está aflorando ahora, con insoportable hedor, son los destrozos económicos y morales provocados por una banda de pillos, insaciables y prepotentes, para los que el único indicador del éxito en la vida era el dinero.
Resulta demoledor ver cómo en algunas cajas de ahorro, entidades ejemplares en su obra social durante años, algunos delincuentes han engañado a los clientes, se han lucrado de forma sangrante y han planificado enloquecidas carreras por ser los primeros en todo: concesión de créditos, promoción de viviendas, número de oficinas. Todo ello, adobado con la connivencia con el cacique político de turno para embarcarse en proyectos delirantes, faraónicos y nefastos.
La imagen de la selección española de fútbol, la fuerza mental, capacidad de trabajo y esfuerzo de Rafa Nadal, el estilo humilde que exhiben los hermanos Gasol, los éxitos de Alonso en la Fórmula 1, sostienen lo que queda de una maltrecha marca España. Ojalá los buenos valores que representan impregnaran, ahora y en el futuro, a la inmensa mayoría de los españoles.
Fuente: La Voz Digital (lavozdigital.es)
Autor: José María Calleja
Esta España ganadora, con muchos jugadores bajitos y flacuchos, no apelaba a la furia, ni a la testiculina
Los triunfos de la selección española de fútbol invitan a caer en la tentación de aplicar, para salir de la abismal crisis económica e institucional que vivimos en España, la receta que permitió convertir en ganador y brillante a un equipo que habitualmente defraudaba, perdía e irritaba a los aficionados.
La selección española de fútbol empezó a ganar cuando dio con un patrón de juego propio, basado en los apoyos mutuos, en el toque, en la paciencia, en la preeminencia de lo colectivo -sobre la base de jugadores con talento-, en la humildad y la honradez. Esta España ganadora, con muchos jugadores bajitos y flacuchos, no apelaba a la furia, ni a la testiculina, ni a la épica que definió el pasado; apelaba a la prudencia, la preparación concienzuda, el respeto al contrario, la humildad y las declaraciones sosegadas.
Posiblemente en España hemos asistido a un proceso inverso en los últimos años: ha habido una exaltación de la codicia como valor organizador de la sociedad en todos los niveles, un afán desatado por acaparar, exhibir y mostrarse hasta lo hortera, un elogio del espíritu del tiburón, un considerar que el que no amasaba dinero es que era un estúpido y una defensa impúdica de la falta de honradez como vía para lo que se consideraba triunfar.
No sería justo englobar a todo el país en esta descripción; en los mismos años del pelotazo y el apogeo de los listillos, en España ha habido, y hay, empresas extraordinariamente bien gestionadas, empresarios con capacidad de iniciativa y gusto por las cosas bien hechas, honrados y preparados. Hay muchos españoles que se pueden englobar en estos calificativos distintos a los del pícaro; pero lo que está aflorando ahora, con insoportable hedor, son los destrozos económicos y morales provocados por una banda de pillos, insaciables y prepotentes, para los que el único indicador del éxito en la vida era el dinero.
Resulta demoledor ver cómo en algunas cajas de ahorro, entidades ejemplares en su obra social durante años, algunos delincuentes han engañado a los clientes, se han lucrado de forma sangrante y han planificado enloquecidas carreras por ser los primeros en todo: concesión de créditos, promoción de viviendas, número de oficinas. Todo ello, adobado con la connivencia con el cacique político de turno para embarcarse en proyectos delirantes, faraónicos y nefastos.
La imagen de la selección española de fútbol, la fuerza mental, capacidad de trabajo y esfuerzo de Rafa Nadal, el estilo humilde que exhiben los hermanos Gasol, los éxitos de Alonso en la Fórmula 1, sostienen lo que queda de una maltrecha marca España. Ojalá los buenos valores que representan impregnaran, ahora y en el futuro, a la inmensa mayoría de los españoles.
Fuente: La Voz Digital (lavozdigital.es)
Autor: José María Calleja
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