La Unión Europea ha llegado al punto de no retorno, a no ser que quiera deshacerse y pasar a la Historia como el intento de un núcleo de países democráticos europeos de convertirse en un Estado Confederado o un Estado Federal. Estos son detalles todavía por definir dentro ya de la existencia de una auténtica unión.
Según está poniendo de manifiesto la actual crisis mundial, pero especialmente la europea, la UE de hoy es un proyecto en papel mojado y basta que un país miembro se hunda (todos señalan ahora a España) para que el sueño (porque la UE es hasta ahora sólo eso: un sueño) se venga abajo.
¿Dónde está el principal escollo para construir un sólido Estado Europeo, una UE efectiva? En un concepto muy arraigado desde el último tercio del siglo XVIII, el romanticismo se encarnó en el surgimiento de diversas naciones, patrias, con un peligroso fanatismo. El fin del nacionalismo propiamente dicho fue la derrota de la Alemania de Hitler, que dejó sin nación al pueblo alemán. Pero los derrotados alemanes ganaron al final, pues con la ayuda de los aliados construyeron un Estado Federal, con diversos estados federados (“Länder”). Y para que la nueva República Federal de Alemania fuese posible fue preciso la cesión de soberanía.
Más tarde, la RFA sirvió de modelo para la llamada Comunidad Económica Europea (CEE), después Unión Europea, un paso importante hacia el Estado Federal de las naciones de Europa, un proyecto dicho sea de paso muy bien contemplado por Washington. Para EE UU sería un gran alivio tratar con un sólo interlocutor amigo y que Europa hablase con una sola voz. Según el modelo alemán, sólo la (Con)federación sería competente para la política exterior (presuponiendo el acuerdo de los estados federados) y la de defensa. Los demás “Länder” no tendrían embajadores propios, pero sí (fuertes) representaciones económico-empresariales y la voz cantante en materia de importación y exportación.
Por lo demás, los actuales estados miembros, que formarían el futuro Estado Confederal Europeo, no son sólo repúblicas; hay también monarquías que no tendrían por qué desaparecer. En el caso de España, la obligada cesión de soberanía resolvería per se numerosos problemas y no cambiaría nada en el hecho de que España, a pesar del problema que representan sus autonomías, en su totalidad es una nación.
Para la UE ha comenzado el cuenta atrás, pero también para los países miembros. Si estos no se sientan y luchan para conseguir, como en Alemania (el ejemplo más próximo), un auténtico Estado, la Unión de Estados Europeos será una quimera. La crisis económica es un aviso: los días de la Unión Europea (y de su Estado confederado) podrían estar contados: ¿volveremos al siglo XVIII? La Historia nos ha mostrado qué significa nacionalismo, llevado a sus últimas consecuencias. ¿Queremos eso?
Según está poniendo de manifiesto la actual crisis mundial, pero especialmente la europea, la UE de hoy es un proyecto en papel mojado y basta que un país miembro se hunda (todos señalan ahora a España) para que el sueño (porque la UE es hasta ahora sólo eso: un sueño) se venga abajo.
¿Dónde está el principal escollo para construir un sólido Estado Europeo, una UE efectiva? En un concepto muy arraigado desde el último tercio del siglo XVIII, el romanticismo se encarnó en el surgimiento de diversas naciones, patrias, con un peligroso fanatismo. El fin del nacionalismo propiamente dicho fue la derrota de la Alemania de Hitler, que dejó sin nación al pueblo alemán. Pero los derrotados alemanes ganaron al final, pues con la ayuda de los aliados construyeron un Estado Federal, con diversos estados federados (“Länder”). Y para que la nueva República Federal de Alemania fuese posible fue preciso la cesión de soberanía.
Más tarde, la RFA sirvió de modelo para la llamada Comunidad Económica Europea (CEE), después Unión Europea, un paso importante hacia el Estado Federal de las naciones de Europa, un proyecto dicho sea de paso muy bien contemplado por Washington. Para EE UU sería un gran alivio tratar con un sólo interlocutor amigo y que Europa hablase con una sola voz. Según el modelo alemán, sólo la (Con)federación sería competente para la política exterior (presuponiendo el acuerdo de los estados federados) y la de defensa. Los demás “Länder” no tendrían embajadores propios, pero sí (fuertes) representaciones económico-empresariales y la voz cantante en materia de importación y exportación.
Por lo demás, los actuales estados miembros, que formarían el futuro Estado Confederal Europeo, no son sólo repúblicas; hay también monarquías que no tendrían por qué desaparecer. En el caso de España, la obligada cesión de soberanía resolvería per se numerosos problemas y no cambiaría nada en el hecho de que España, a pesar del problema que representan sus autonomías, en su totalidad es una nación.
Para la UE ha comenzado el cuenta atrás, pero también para los países miembros. Si estos no se sientan y luchan para conseguir, como en Alemania (el ejemplo más próximo), un auténtico Estado, la Unión de Estados Europeos será una quimera. La crisis económica es un aviso: los días de la Unión Europea (y de su Estado confederado) podrían estar contados: ¿volveremos al siglo XVIII? La Historia nos ha mostrado qué significa nacionalismo, llevado a sus últimas consecuencias. ¿Queremos eso?
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