La situación europea, casi mundial, que llevamos soportando bajo el concepto generalizado de “crisis” está haciendo que los ciudadanos más patentemente afectados (Grecia, España), pero también en aquellos, como Alemania, donde se maquilla la situación, se pregunten por el sentido de la democracia y de sus representantes en nuestro nombre, los políticos.
En las manifestaciones en España, con una participación de varios centenares de miles de ciudadanos indignados, no se ve tanto las fotos y dibujos irónicos de los representantes del capital, sino las caricaturas y alusiones a los gobernantes y la clase política, a los que se echa en cara que ellos no sufren recortes (si, nimios en comparación con las clases más pobres), mientras que el Gobierno está ahorrando “hasta en el chocolate del loro” en lo que respecta a los menos favorecidos.
Tal circunstancia está enfureciendo a los ciudadanos de a pie, que hasta ahora, con gran disciplina general, protestan contra el hundimiento económico, causado por el capitalismo internacional, que en los albores del siglo XXI han perdido el paso y solamente creen poder poner a salvo sus yates hundiendo las barquitas, barcas y barcazas. Para este sistema desfasado capitalista sólo existe la solución practicada desde hace siglos: oprimir al siervo, hacer más cortas las cadenas del esclavo y arruinar con impuestos abusivos a la totalidad de la gleba, con el campesino por delante. Secularmente, el capitalismo se ha ido transformando para no ser atrapado por las masas. Ahora se encuentra en un de esos momentos cruciales.
Los ciudadanos tienen derecho constitucionalmente a manifestarse pacíficamente, sin ira. Cuantos más demuestren su indignación e inconformismo mejor. Pero que nadie toque a la democracia que es nuestra única base de la libertad.
Ya va siendo hora de que los partidos de la izquierda democrática se coordinen con los sindicatos para desarrollar estrategias comunes contra el Leviatán, un monstruo ávido y sin escrúpulos, que no sólo vive en el mar. También en las capitales de la Unión Europea, ahora amenazadas por el engendro.
En las manifestaciones en España, con una participación de varios centenares de miles de ciudadanos indignados, no se ve tanto las fotos y dibujos irónicos de los representantes del capital, sino las caricaturas y alusiones a los gobernantes y la clase política, a los que se echa en cara que ellos no sufren recortes (si, nimios en comparación con las clases más pobres), mientras que el Gobierno está ahorrando “hasta en el chocolate del loro” en lo que respecta a los menos favorecidos.
Tal circunstancia está enfureciendo a los ciudadanos de a pie, que hasta ahora, con gran disciplina general, protestan contra el hundimiento económico, causado por el capitalismo internacional, que en los albores del siglo XXI han perdido el paso y solamente creen poder poner a salvo sus yates hundiendo las barquitas, barcas y barcazas. Para este sistema desfasado capitalista sólo existe la solución practicada desde hace siglos: oprimir al siervo, hacer más cortas las cadenas del esclavo y arruinar con impuestos abusivos a la totalidad de la gleba, con el campesino por delante. Secularmente, el capitalismo se ha ido transformando para no ser atrapado por las masas. Ahora se encuentra en un de esos momentos cruciales.
Los ciudadanos tienen derecho constitucionalmente a manifestarse pacíficamente, sin ira. Cuantos más demuestren su indignación e inconformismo mejor. Pero que nadie toque a la democracia que es nuestra única base de la libertad.
Ya va siendo hora de que los partidos de la izquierda democrática se coordinen con los sindicatos para desarrollar estrategias comunes contra el Leviatán, un monstruo ávido y sin escrúpulos, que no sólo vive en el mar. También en las capitales de la Unión Europea, ahora amenazadas por el engendro.
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