El siglo veintiuno continúa avanzando y, ya instalados en la segunda década, la anemia colectiva parece haberse apoderado de las formaciones políticas de ideología progresista. Nuestro país es el paradigma más claro que avala lo que acabamos de decir. Y no hacemos referencia tan solo a los últimos siete años de gobierno tildado de socialdemócrata.
Para quienes hubimos de sufrir gran parte de la dictadura bajo una sensación de agobio, de habitación cerrada, de ansiedad, la llegada de la democracia fue luz, aire puro, posibilidades, liberación. Todo ello aumentaría en intensidad el veintiocho de octubre del año ochenta y dos, cuando la socialdemocracia se instaló en el poder por mayoría absoluta, repitiendo en las dos siguientes legislaturas. A este propósito, yo mismo me preguntaba cómo si el pueblo les había otorgado la plena confianza tres veces consecutivas, aquellos dirigentes no soltaron el lastre que sobraba en España. Pongo por ejemplo el haber conseguido la independencia total del Estado con respecto al Vaticano mediante la rescisión, sin concesiones, de un trasnochado Concordato. Pongo por ejemplo una reforma fiscal en regla que generara los recursos suficientes como para que nunca quebrara el Estado de Bienestar. Pongo por ejemplo el arbitrar los estímulos pertinentes para que nuestros agricultores pudieran vivir con dignidad. Pongo por ejemplo el diseño de un sistema educativo donde se premiara, ante todo, el esfuerzo y no la fanfarria. Aquellas tres legislaturas fueron de inhibición, lo que supuso el regalo del poder a la derecha.
Estas dos últimas, que estamos acabando, todavía han sido peor. Sin obviar los logros, lo negativo ha pesado tanto que ha arruinado lo bueno. Si aquellos dirigentes de las tres mayorías absolutas se inhibieron, estos han adoptado como medida la más nefasta de todas, la indefinición, como si una enfermedad genética no hubiera excluido a ninguno de ellos. Tanto es así, que la derecha, sin moverse, se va a hacer con el poder de manera contundente, precisamente por haber faltado contundencia a una socialdemocracia que no ha mostrado más que el nombre, vacío. Si la derecha no se anda con complejos, ¿por qué la izquierda no es capaz de deshacerse de ellos? Es natural que el pueblo se harte.
Fuente: La Verdad - Doxa
Autor: Graciano Armero Berlanga
Para quienes hubimos de sufrir gran parte de la dictadura bajo una sensación de agobio, de habitación cerrada, de ansiedad, la llegada de la democracia fue luz, aire puro, posibilidades, liberación. Todo ello aumentaría en intensidad el veintiocho de octubre del año ochenta y dos, cuando la socialdemocracia se instaló en el poder por mayoría absoluta, repitiendo en las dos siguientes legislaturas. A este propósito, yo mismo me preguntaba cómo si el pueblo les había otorgado la plena confianza tres veces consecutivas, aquellos dirigentes no soltaron el lastre que sobraba en España. Pongo por ejemplo el haber conseguido la independencia total del Estado con respecto al Vaticano mediante la rescisión, sin concesiones, de un trasnochado Concordato. Pongo por ejemplo una reforma fiscal en regla que generara los recursos suficientes como para que nunca quebrara el Estado de Bienestar. Pongo por ejemplo el arbitrar los estímulos pertinentes para que nuestros agricultores pudieran vivir con dignidad. Pongo por ejemplo el diseño de un sistema educativo donde se premiara, ante todo, el esfuerzo y no la fanfarria. Aquellas tres legislaturas fueron de inhibición, lo que supuso el regalo del poder a la derecha.
Estas dos últimas, que estamos acabando, todavía han sido peor. Sin obviar los logros, lo negativo ha pesado tanto que ha arruinado lo bueno. Si aquellos dirigentes de las tres mayorías absolutas se inhibieron, estos han adoptado como medida la más nefasta de todas, la indefinición, como si una enfermedad genética no hubiera excluido a ninguno de ellos. Tanto es así, que la derecha, sin moverse, se va a hacer con el poder de manera contundente, precisamente por haber faltado contundencia a una socialdemocracia que no ha mostrado más que el nombre, vacío. Si la derecha no se anda con complejos, ¿por qué la izquierda no es capaz de deshacerse de ellos? Es natural que el pueblo se harte.
Fuente: La Verdad - Doxa
Autor: Graciano Armero Berlanga
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