Ayer y hoy España ha estado doblemente representada con ecos negativos en la prensa y las televisiones nacionales y extranjeras, tanto en lo que a su delicada situación económica como a lo que sus extrañas costumbres se refiere. No voy a entrar aquí en un debate sobre las fluctuaciones de los mercados y lo que éstas, de seguir así, podrían significar para nuestro país en un futuro más o menos próximo.
Lo peor, a mi entender, ha sido el vernos reflejados en los principales medios de comunicación extranjeros como país tercermundista y cruel, que por sus, aquí mal llamadas y peor entendidas, tradiciones, no merece pertenecer a la comunidad de países civilizados.
Si todavía no saben a qué polémico espectáculo me estoy refiriendo, les voy a dar una pista. Según las crónicas, fue Pedro I el Cruel (su apodo lo dice todo) quien, en el año 1355, en celebración del nacimiento de su hija Isabel, creó el festejo. La fiesta, ayer como hoy, consiste en que centenares de jinetes, armados con lanzas con puntas de acero, dedican sus esfuerzos a perseguir y torturar a un pobre e indefenso toro, al que pinchan e hieren sin compasión, hasta que uno de los participantes le da la puntilla que acaba con los sufrimientos del pobre bicho, haciéndole pasar a mejor vida. Entonces, se le corta el rabo al morlaco y el vencedor, tan orgulloso de su azaña, lo exhibe pinchado en la punta de su lanza.
¡Si señores, han dado en el clavo! El triste espectáculo que nos coloca al nivel del Afganistán de los talibanes en lo que a sensibilidad se refiere, es el torneo del Toro de la Vega, que todos los años, por estas mismas fechas, se celebra en la localidad vallisoletana de Tordesillas.
A la fiesta, declarada en 1980 de interés turístico-nacional, no hay quien le meta mano. Diversas sociedades protectoras de animales y grupos ecologistas lo vienen intentando con escaso éxito desde hace años, incluso con denuncias ante el Tribunal de Estrasburgo. Y por lo que respecta a los ediles del municipio, ahí tanto el PP como el PSOE se han mostrado siempre de acuerdo. Los alcaldes, de uno u otro bando, han apoyado incondicionalmente esa barbarie argumentando "que se trata de una tradición ancestral". Por esa misma regla de tres, podríamos todavía seguir manteniendo vivos algunos de los siniestros castigos y torturas ideados en su día por la Inquisición, que solían tener lugar en las plazas públicas para divertimento y regocijo del populacho (aunque su principal función no era otra que servir de escarmiento y aviso ante posibles desmadres de población).
Y siguiendo con las "tradiciones ancestrales", a mí personalmente no me gustan las corridas de toros, pero tengo que confesar que me fascina su colorido. Y ya que nos ponemos, en las faenas, al menos, el torero se juega la vida. Sin embargo, en el caso del toro de la Vega, las más cruentas corridas de toros se quedan en mantillas si las comparamos con la brutal persecución de un animal, cuya única defensa es el inútil intento de huída ante el acoso de más de doscientos lanceros y la carnicería que se organiza hasta que, finalmente, uno de ellos acaba con la vida del toro.
Un espectáculo innoble y difícil de digerir por todos los amigos de los animales, nacionales y extranjeros. Incluso, un gran número de aficionados a la fiesta nacional y algún que otro torero, se han sumado a las protestas que han seguido al evento. Pero la pésima imagen que, una vez más ha dado España en el extranjero, no ayuda mucho a la hora de querer borrar de la mente de Europa ese topicazo de "país de charanga y pandereta", que tan poco nos beneficia.
En otras palabras, con la que está cayendo, tendremos que agradecer a la estupidez y falta de sensibilidad del pueblo de Tordesillas que nos vuelvan a colgar a todos los españoles el sambenito de país poco serio e incapaz de adaptarse por completo a los tiempos modernos, lo cual no es precisamente un reclamo para inversores extranjeros.
Lo peor, a mi entender, ha sido el vernos reflejados en los principales medios de comunicación extranjeros como país tercermundista y cruel, que por sus, aquí mal llamadas y peor entendidas, tradiciones, no merece pertenecer a la comunidad de países civilizados.
Si todavía no saben a qué polémico espectáculo me estoy refiriendo, les voy a dar una pista. Según las crónicas, fue Pedro I el Cruel (su apodo lo dice todo) quien, en el año 1355, en celebración del nacimiento de su hija Isabel, creó el festejo. La fiesta, ayer como hoy, consiste en que centenares de jinetes, armados con lanzas con puntas de acero, dedican sus esfuerzos a perseguir y torturar a un pobre e indefenso toro, al que pinchan e hieren sin compasión, hasta que uno de los participantes le da la puntilla que acaba con los sufrimientos del pobre bicho, haciéndole pasar a mejor vida. Entonces, se le corta el rabo al morlaco y el vencedor, tan orgulloso de su azaña, lo exhibe pinchado en la punta de su lanza.
¡Si señores, han dado en el clavo! El triste espectáculo que nos coloca al nivel del Afganistán de los talibanes en lo que a sensibilidad se refiere, es el torneo del Toro de la Vega, que todos los años, por estas mismas fechas, se celebra en la localidad vallisoletana de Tordesillas.
A la fiesta, declarada en 1980 de interés turístico-nacional, no hay quien le meta mano. Diversas sociedades protectoras de animales y grupos ecologistas lo vienen intentando con escaso éxito desde hace años, incluso con denuncias ante el Tribunal de Estrasburgo. Y por lo que respecta a los ediles del municipio, ahí tanto el PP como el PSOE se han mostrado siempre de acuerdo. Los alcaldes, de uno u otro bando, han apoyado incondicionalmente esa barbarie argumentando "que se trata de una tradición ancestral". Por esa misma regla de tres, podríamos todavía seguir manteniendo vivos algunos de los siniestros castigos y torturas ideados en su día por la Inquisición, que solían tener lugar en las plazas públicas para divertimento y regocijo del populacho (aunque su principal función no era otra que servir de escarmiento y aviso ante posibles desmadres de población).
Y siguiendo con las "tradiciones ancestrales", a mí personalmente no me gustan las corridas de toros, pero tengo que confesar que me fascina su colorido. Y ya que nos ponemos, en las faenas, al menos, el torero se juega la vida. Sin embargo, en el caso del toro de la Vega, las más cruentas corridas de toros se quedan en mantillas si las comparamos con la brutal persecución de un animal, cuya única defensa es el inútil intento de huída ante el acoso de más de doscientos lanceros y la carnicería que se organiza hasta que, finalmente, uno de ellos acaba con la vida del toro.
Un espectáculo innoble y difícil de digerir por todos los amigos de los animales, nacionales y extranjeros. Incluso, un gran número de aficionados a la fiesta nacional y algún que otro torero, se han sumado a las protestas que han seguido al evento. Pero la pésima imagen que, una vez más ha dado España en el extranjero, no ayuda mucho a la hora de querer borrar de la mente de Europa ese topicazo de "país de charanga y pandereta", que tan poco nos beneficia.
En otras palabras, con la que está cayendo, tendremos que agradecer a la estupidez y falta de sensibilidad del pueblo de Tordesillas que nos vuelvan a colgar a todos los españoles el sambenito de país poco serio e incapaz de adaptarse por completo a los tiempos modernos, lo cual no es precisamente un reclamo para inversores extranjeros.
Margarita Rey
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