El pasado domingo, el gran diestro José Tomás ponía el broche de oro en la Monumental de Barcelona (la última plaza de toros en activo en el Principado) a la que, de momento, parece que será la última corrida de toros en Cataluña y que significa el adiós a más de 600 años de tradición taurina. Dicen los expertos en la materia, que el Archivo de la Corona de Aragón sitúa en el año 1387 la fecha más antigua de la que se tiene constancia documental de que en la comunidad catalana se celebraban espectáculos taurinos.
El público catalán había ido perdiendo poco a poco la afición y la Monumental, a menos que se tratase de una corrida de José Tomás, diestro muy querido en Barcelona, solía llenarse sólo a medias. Sin embargo, la corrida del domingo despertó una gran expectación (con precios en la reventa de 1.500 euros la entrada). Y es que iba a enfrentar a los defensores de la fiesta y a sus detractores (éstos últimos manifestándose con pancartas en los aledaños de la plaza y brindando con cava porque ésta iba a ser previsiblemente la última corrida en Cataluña).
No crean que voy a romper aquí ninguna lanza en pro de que se mantenga ese espectáculo. Aunque tengo que reconocer la gran atracción que ejerce sobre mí su colorido, me repugna sin embargo la crueldad del hombre hacia la pobre bestia. Para mí sería ideal la corrida “a la portuguesa”, en la que no se da muerte al toro. Pero yo voy aquí a otra cosa.
Y es que la controvertida ley, aprobada en su día por el Parlament de Catalunya y que prohíbe los espectáculos en los que se da muerte al toro, no deja indiferente a nadie. Para empezar, dicha ley, que entrará en vigor el 1 de enero de 2012, fue promulgada sin participación ciudadana, cuando lo más lógico hubiese sido la celebración de un referéndum, que, en mi opinión, hubiesen ganado los contrarios a las corridas por goleada.
A mí lo que menos me gusta en torno a esta cuestión es la prohibición en sí. El que haya un censor que me diga desde arriba qué debo y qué no debo hacer. Todo ello tiene un nefasto tufillo a dictadura, totalmente impropio de un país, con el que el franquismo se ensañó especialmente durante cuarenta años debido a su especial idiosincrasia (me estoy refiriendo, por supuesto, a Cataluña).
Dentro de todo el guirigay que se ha armado entorno a la prohibición de las corridas en Cataluña, lo que también me indigna es la hipocresía que rodea todo este asunto. Para mí está superclaro que se trata más de una cuestión política, de una forma de reivindicar la identidad catalana frente al resto de España (¿no se le da a la corrida el nombre de “fiesta nacional”?) que de un debate animalario, que sirve de pantalla para esconder la realidad, es decir que el trasfondo es nada más y nada menos que uno más de los absurdos debates identitarios, de marcado corte independentista, que tanto se llevan de un tiempo a esta parte en los círculos de ERC y entre los políticos más radicales de CiU. Además, ¡qué casualidad que no se hayan prohibido hasta el día de hoy (como reclaman desde hace tiempo los ecologistas y las protectoras de animales) otros de los también crueles espectáculos taurinos tan populares en Cataluña como: el correbous, el toro enmaromado, el toro embolado, el toro cerril y toros a la mar, entre otros, que no se distinguen precisamente por su cariñoso trato a los morlacos!
Pero, precisamente, estas excepciones están contempladas en la Ley de Regulación de Fiestas Tradicionales de Toros en Cataluña, Ley 34/2010, de 1 de octubre 2010, de la que recogemos las siguientes perlas: “El toro enmaromado, los toros en la calle, las habilidades en la plaza, el toro embolado y las vaquillas marcan todo el ritmo festivo de un acontecimiento extraordinario, propio de las raíces más profundas de Cataluña.
El flujo económico que esta tradición reporta, los puestos de trabajo que genera y el patrimonio genético inconmensurable de la cría y selección que los humanos efectuamos de estos animales motivan que este acontecimiento sea único”.
¡Sin comentarios!
Margarita Rey
El flujo económico que esta tradición reporta, los puestos de trabajo que genera y el patrimonio genético inconmensurable de la cría y selección que los humanos efectuamos de estos animales motivan que este acontecimiento sea único”.
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