Según va evolucionando el mundo, se están dando importantes cambios políticos que hacen ya obsoletas viejas denominaciones, como la de izquierda y derecha, para definir la locación ideológica de cada formación. Los términos izquierda y derecha surgieron en el parlamentarismo europeo después de la Revolución Francesa. La izquierda defendía exclusivamente a las clases bajas social y económicamente, mientras que la derecha era el portavoz y defensor de las clases acomodadas y ricas. Por costumbre, el grupo parlamentario se sentaba, según su ideología, a la derecha o a la izquierda del presidente del parlamento.
Hundidos el fascismo de Hitler y Mussolini en la II Guerra Mundial y fracasado el comunismo en Rusia a finales del pasado siglo, habría que reformular los términos izquierda y derecha para poder orientarse en el nuevo mundo, que se está perfilando, con el fracaso de las políticas sociales convencionales y frente a un nuevo capitalismo que todavía no está al alcance de la tradicional derecha.
Si observamos bien la escena política, incluidos los Indignados y quienes alardean de apoliticismo y absentismo, hallaremos incongruencias derivadas de lo que hasta ahora había sido la izquierda (socialismo, reducidos grupos comunistas y los sindicatos) y la derecha, siempre apegada al capital, pero que está siendo redefinida como neoconservadurismo o neoliberalismo, mucho más a la derecha que la derecha convencional, empujada por la crisis a medidas muy duras para los menos favorecidos. El absurdo en España era total cuando un gobierno del PSOE tenía que machacar a su clientela natural empujada por lo que puede denominarse “feroz” capitalismo, que ahora se está cobrando el bienestar prestado por la banca crediticia. También el PP se halla bajo está presión, impidiendo cualquier asomo de liberalismo.
Sin abandonar las ideologías de fondo de los partidos, socialistas y conservadores, los grandes partidos opuestos deberían llegar a un “acuerdo de posicionarse sobre todo en los términos fundamentales de los Derechos Humanos, y, sobre todo, de la libertad, más amenazada que nunca por un capitalismo salvaje. En especial, por su tradicional situación junto a los capitalistas, sobre los conservadores recae la máxima responsabilidad.
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