He de confesar que no estoy de acuerdo con que se conceda a los (las) jóvenes de 17 años el permiso de conducir. Conducir es una habilidad que, si no se reúnen las condiciones previas absolutamente necesarias, puede ser la causa de tal número de muertes como si se tratara de una catástrofe.
Para conducir es preciso tener un alto grado de responsabilidad, no sólo ante sí mismo, sino sobre todo ante los demás. Además, manejar un vehículo requiere altas dosis de ética, que no demuestran aquellos jóvenes (tampoco, por desgracia, frecuentemente los adultos) que salen de las discotecas totalmente alcoholizados y ahítos de toda clase de droga y no tienen reparos en ponerse detrás del volante, llevando consigo a sus amiguetes. Las consecuencias, según los partes de las DGTs de todos los países, suelen ser la muerte de seres inocentes, incluida la del desaprensivo conductor y sus acompañantes.
Si estuviese en mi mano, yo pondría como condición sine qua non para obtener un permiso de conducir no sólo presentar el aprobado de la Escuela (L) (todas las escuelas tienen especial interés en aprobar al mayor número posible de alumnos), pasar un test en el que se refleje los paradigmas psicológicos del candidato, así como su carácter y personalidad. En la Edad Media, los caballeros querían distinguirse por sus buenas maneras, de ahí el sentido de caballero y caballeroso en todos los idiomas europeos. Hoy hay conductores que parecen querer demostrar al volante su grosería, su mala educación. Existe un alto grado de descortesía en la conducta de automovilistas, que se pone de manifiesto, por ejemplo, en los adelantamientos. Los hay que ocupan innecesariamente el carril izquierdo, provocando una interminable cola de todos aquellos coches que desean adelantar a un camión. Por otra parte, los hay también quienes quieren fulminar con la “bocina de luz” al conductor que está precisamente adelantando a un camión. También los hay –y no sólo entre los jóvenes- quienes adelantan a otro automóvil con saña, con un gesto de triunfo, de “yo soy más macho”, y que una vez realizado el adelanto echan una mirada de triunfo a “la birria de coche” adelantado. Y lo que es peor, esos individuos suelen cortar el camino al coche adelantado, “al débil”, que no tiene más remedio que frenar en seco.
Los iracundos, los coléricos no deberían obtener nunca un permiso de conducir. Al volante, son un peligro público. Y hablando de público: me gustaría vez más controles de policía en autopistas, autovías y carreteras. Más rádares y más helicópteros que vigilen desde arriba esa ruleta rusa en que se ha convertido el tráfico.
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