Aunque todo el mundo esté de acuerdo en que más vale una constitución que ninguna, la actual constitución española, surgida tras el final del régimen franquista con la muerte del dictador en noviembre de 1975, lo es todo menos la ideal. Habrá que modificarla alguna vez, cuando de verdad se haya pasado el miedo de la izquierda a la derecha, que fue lo que hizo que los padres izquierdistas de la constitución cedieran en 1978 a las pretensiones de la derecha (hasta entonces los vencedores) a veces excesivamente, como es el caso de la Iglesia católica o el del peculiar y secular problema territorial español. ¿Por qué España, con una geografía muy similar y una gran riqueza étnica, no ha sido capaz durante su accidentada historia de arreglar de una vez para siempre su problema étnico-territorial? La respuesta llenaría varios tomos, en los que el centralismo austriaco y el borbónico jugarían el principal papel. Pero España no es ni Francia, ni la Austria de aquellos siglos.
Lo ideal para España hubiese sido convertirse en una monarquía (no tiene por qué ser siempre una república) federal, según el ejemplo de Suiza, que es una república federal de 26 estados, llamados cantones y que tienen a Berna como sede de las autoridades federales. Es muy larga y compleja la historia de Suiza. Puede decirse que la carta federal de 1921 está considerada como el documento que sentó las bases de la fundación de lo que sería la Confederación helvética. La confederación era la forma que mejor servía a los intereses de los confederados tanto en las comunicaciones entre los valles centrales alpinos, como en el libre comercio y aseguraba la paz en las principales rutas mercantiles de las montañas.
El centralismo de Franco fue nefasto para todas las regiones españolas. Fue un trágala que acumuló veneno en las relaciones entre las regiones, hoy mal llamadas históricas, y Castilla o Madrid, que sufrían tanto como las regiones periféricas la insidia de la dictadura fascista. Hoy, con el Estado de las Autonomías se han subsanado muchos de aquellos desafueros, pero no es suficiente ni para satisfacer el ansia de más autonomía de algunas regiones, que en muchos casos gozan de más “libertad” que los “länder” alemanes, por ejemplo, pero que en otros aún se sienten sujetas a un centralismo. En este contexto observaré que me parece inadecuada la figura del delegado (o subdelegado) del Gobierno, que me recuerda mucho la del gobernador civil franquista. En Alemania es al revés: son los “länder” los que tienen su representación en la capital, junto al Gobierno. Desde tales representaciones (como “embajadas”), los presidentes de las mismas defienden directamente los intereses de su “land” ante el poder federal.
Quizá habrá que esperar otros 32 años hasta que todas las autonomías españolas (solucionado el problema mafioso de ETA) estén maduras para confederarse sin apetitos absurdos de independencia, que en la Europa actual no conducen a ninguna parte; para educarse para la solidaridad y la convivencia, con afán de superación, pero no de aplastar al vecino, al socio dentro de la Confederación. No habría ningún impedimento para que la Confederación de estados españoles, la Confederación Ibérica, estuviese coronada por la institución monárquica. Quién sabe si en tales circunstancias, Gibraltar y Portugal entrarían algún día en la Confederación. ¿Por qué no puede España conseguir lo que los suizos, con muchas mas diferencias étnicas y lingüísticas, lograron en 1921?
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