En toda Europa se observa en los ciudadanos un creciente hastío por la política, aunque la política es aquello que mueve nuestras existencias. Los ciudadanos confunden la política con los malos políticos, cuya ineptitud se ha puesto de manifiesto con la “crisis”. El único gobernante que sigue sacando un aprobado es la canciller alemana Angela Merkel, cuyas dotes de mando no son discutidas, pero si la calidad de sus ministros y los de la coalición, los demoliberales (FDP), que no dan la talla.
El hastío por la política es un fenómeno pasajero, que se supera cuando por fin se hallen los políticos o políticas idóneos, tarea que, en primer lugar, corresponde al presidente (o la presidenta) del consejo de ministros. La democracia se ve un tanto afectada por ese cansancio ciudadano, pero nada más. Por el contrario, el hastío por la política puede tener devastadoras consecuencias en un país, como España, que hace sólo 32 años que superó una dictadura de 40 años de duración. Por eso, tanto el presidente del Gobierno como el jefe de la Oposición, así como toda la clase política, tendrían que poner especial empeño en enderezar la singladura de la política española para que nuestra democracia no sufra ningún daño.
Desgraciadamente, tenemos un presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que confiesa no haber calibrado a tiempo la magnitud de la crisis, pero que cada vez da más muestras de engreimiento y arrogancia, tal vez para disimular su sensación de impotencia que parece embargarle cada día más. Zapatero, que llegó al poder como un hombre ecuánime, dialogante y decidido, se está convirtiendo en un ególatra autoritario, que trata a sus ministros (ministras) como si fuesen sus secretarios. Aquí habría que insertar la observación de que Zapatero cree un signo de progresismo ocupar numerosas carteras ministeriales con mujeres, como si por ser mujer se fuera también lo más apto para el cargo.
Zapatero es débil. La única reforma que se le conoce internacionalmente es introducir el llamado “matrimonio homosexual”. Otras reformas de la sociedad, que quería emprender Zapatero, se fueron a pique antes de ser iniciadas. Ahí está, por ejemplo, la conversión de España en lo que realmente es: un Estado laico. Los periodistas extranjeros cuando citan la Constitución española escriben que “España es un estado laico”. En realidad es la Constitución se habla de que el Estado español es aconfesional, pero en la práctica la Iglesia nacionalcatólica española sigue teniendo un peso exagerado en la sociedad, cuya mayoría solamente es católica por bautismo. Bastaron protestas de la Conferencia Episcopal y solapadas intervenciones de El Vaticano (no olvidemos que El Vaticano es un Estado extranjero), así como una multitudinaria manifestación de los obispos apoyados por el PP y los ingenuos padres católicos de familia, para que Zapatero echara el freno e hiciese retroceder lentamente el tren. Nombró a un católico visceral, Francisco Vázquez, ex alcalde de La Coruña, embajador en la “Santa” Sede y las visitas a El Vaticano de la vicepresidenta segunda, María Teresa Fernández de la Vega, se vienen sucediendo desde entonces, siendo ésta recibida, no por el Papa, sino por cargos subalternos. Ahora Zapatero vuelve a tener a los obispos pisándole los talones, con motivo de las protestas contra la nueva ley del aborto. Apuntaré que los obispos se han gastado un dineral en propaganda. ¿De dónde salen estos fondos?
Laicismo, aborto… Todo secundario en vista de la crisis que machaca a nuestro país, que ya sin la crisis tenía 8 millones de pobres. De los 20% de parados en la vida laboral española, más de uno irá a engrosar esa cifra de indigentes. Zapatero prepara leyes para impedir la catástrofe social. ¿Surtirán efecto? ¿Y la Oposición? El partido de las gaviotas espera como un ave carroñera a que Zapatero y su Gobierno se derrumben. ¿Tiene Rajoy la receta en el bolsillo? Me temo que no. Rajoy también es débil y maleable, como lo ha demostrado en repetidas recientes ocasiones de su biografía. Pero lo mismo que en el PSOE, también en el PP tiene que haber buenos políticos. ¿Por qué no se les deja expedito el camino hacia el liderazgo? Personalmente soy de la opinión de que José Bono o Javier Solana (PSOE) pueden rendir excelentes servicios a España como jefes del Gobierno. También me merece confianza el actual alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón (PP), tan atacado por la presidenta de la autonomía madrileña, la radical derechista Esperanza Aguirre -que en el fondo aspira a la presidencia del Gobierno-. Otro político de calibre es Rodrigo Rato (PP). Los tres políticos nombrados quieren diálogo para salir del atolladero. Podrían ser el núcleo de una necesaria coalición.
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