"Caminante, no hay camino/ se hace camino al andar..." (Antonio Machado)
Desde el mismísimo momento en que nacemos iniciamos un camino, que no es rectilíneo, sino sinuoso, lleno de meandros e inesperadas curvas, pero que, de una manera u otra va hacia su final. Muy acertadamente, algunos llaman a la vida viaje. En nuestro viaje todo es casual, accidental; incluso nuestras propias acciones, que pueden ser decisivas para nuestro camino: nuestro destino. También nuestros compañeros de viaje son casuales. Unos nos acompañan todo el camino, toda nuestra vida, y otros se apean en la próxima parada y nunca más volvemos a verlos.
Es inútil que volvamos la vista atrás y nos preguntemos cómo hubiese sido nuestra vida si hubiésemos hecho esto u omitido lo otro, o, todavía peor, que deseemos que nuestro camino hasta aquí hubiese sido otro. El camino recorrido no puede jamás desandarse, porque es la parte vivida de nuestro destino. En la psicología se combaten los llamados “y sies” como causa principal de frustraciones, melancolía y depresiones. El “y si” es inexistente. Lo que existe soy yo y mi camino hacia delante, unas veces eligiendo yo la dirección, otras, siguiendo una ruta que yo, con mis actos, he propiciado, pero siempre siendo mi destino.
Conocidos son los versos de Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar/ que es el morir”. Envidiables quienes a punto de cruzar la tenue línea que separa la vida de la muerte, pueden mirar hacia atrás y reconciliarse con su destino, y más todavía, aceptarlo agradecidos. Como cantaba Edith Piaf: “Rien, rien de rien/non, je ne regrette rien…
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