Cuando alguien le diga: „soy apolítico”, desconfíe. Se trata de uno de los más peligrosos enemigos de la democracia. El apolítico critica al gobierno, sobre todo si es de izquierdas (socialista), fustiga la corrupción de los partidos y de los políticos de forma global, como si eso fuese lo normal en una democracia. Corrupción es un mal que se da, cierta y desgraciadamente en todos los partidos y en políticos. El problema existe en una medida u otra en todos los países democráticos y no digamos en las dictaduras, pero en éstas la corrupción es consustancial al sistema, se silencia (para eso está la censura) y todo queda “en la familia”. En las democracias, gracias a la libertad de prensa, el ciudadano se entera de los casos de corrupción. La presión de la opinión pública y la libertad judicial hacen que los corruptos, por muy poderosos que sean, acaben sentándose en el banco de los acusados. Para el apolítico ésto no es política positiva, es sólo la prueba de lo acertado de su distanciamiento de la política.
En realidad, el apolítico donde mejor vive es en una dictadura. En una dictadura no tiene que “hacer política”, se la dan ya hecha. El apolítico es un gorrón de la democracia: sin mover un dedo (pero sí la lengua contra la política, con lo cual él también está haciendo política), disfruta de todas las libertades y derechos que otros (muchos con grandes sufrimientos) han conseguido. En la dictadura están prohibidos los partidos políticos, así el apolítico no tiene que molestarse en elegir entre unos u otros. Como el apolítico no quiere problemas, sólo quiere que se lo den todo hecho, no critica nunca al gobierno que el dictador, como Franco hacía en España, impone sin consulta a la sociedad. Como no existe un auténtico parlamento, no hay los debates políticos que tanto irritan o incomodan al apolítico, que sólo aspira a vivir bien, cómodamente, sin ningún compromiso sociopolítico, mientras que el dictador de turno decide por él.
La democracia, “el menos malo de todos los sistemas políticos” (Churchill), no es un regalo del cielo. Es algo que construimos todos los ciudadanos día a día. Para que la democracia funcione es preciso nuestro compromiso con ella, nuestra participación a través de todos los canales que abre a los ciudadanos, incluidas las manifestaciones autorizadas. En una democracia se puede cambiar de gobierno a través de las urnas (lo primero que rompen los fascistas si llegan al poder). Pero votar es una de las cosas que más odian los apolíticos. Si uno no se fija bien, para entender su problema, podría creerse que el apolítico es un eunuco facha.
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