Curiosamente, en países tan religiosos como Grecia (ortodoxa) e Italia (católica) se blasfema mucho. Pero todavía más se blasfema en la “tierra de María Santísima” (no sólo Andalucía, sino en toda España y en todas sus lenguas vernáculas). Los objetos elegidos para dirigir contra ellos las más groseras imprecaciones escatológicas son “Dios”, “la Virgen”, “el copón” y la “hostia”.
He meditado mucho a qué se debe este furor blasfemo en un pueblo tan creyente y creo haber hallado una pista en el fervor católico de una mayoría de los españoles. Insultamos a algo que, en el fondo, reverenciamos o respetamos, a lo que estamos fuertemente unidos emocionalmente. Cierto es que existen eufemismos como “me cago en la mar” o “mecachis”, pero para uno de esos españoles enfurecidos, el eufemismo no sirve para descargar su ira acumulada. Hay que disparar más alto: al mismísimo Dios o a la Virgen. Me sorprende, sin embargo, que Jesús o Jesucristo se libre de la suciedad que mana de algunas bocas, en otras ocasiones, tan piadosas.
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