lunes, 29 de marzo de 2010

La depresión

Una auténtica depresión –no esas „depresiones“ de las que hablan en el plató de alguna televisión los famosillos y famosillas de vida huera, para ganar dinero contando sus intimidades- es muy difícil de describir, incluso para un escritor. Los psiquiatras y psicólogos la conocen por estar familiarizados con este tipo de enfermedad mental, pero tampoco ellos pueden saber lo que realmente sufre una persona aquejada de depresión: el malestar general, la ansiedad flotante, la desgana y los trastornos psicosomáticos. El paciente se siente muy solo, cuando lo que busca es apoyo afectivo y moral (es lo que sí pueden dar buenos psiquiatras y psicólogos), pero los seres más queridos, más allegados, se intranquilizan, impacientan y frustran al no poder ayudar. Los amigos van siendo cada vez menos por aburrimiento y, en la mayoría de los casos, por un inconfesado miedo al contagio. Una considerable ayuda son los psicofármacos, cuando se recetan correctamente.

Existen variadas clases de depresiones. Cada persona tiene su propia depresión, en no pocos casos, latente. Quizá la más leve, pero más fastidiosa, sea el llamado “trastorno depresivo recurrente”. Es artero e incurable, es decir, se instala para siempre en nuestra personalidad. Cuando mejor te sientes, súbitamente aparece esta depresión que casi paraliza. Te deja la energía precisa para cumplir con tu vida, pero cualquier esfuerzo te agota, tus miembros parecen de plomo, pierdes el apetito, sufres ligeros mareos y pequeñas pérdidas del equilibrio y, en el peor de los casos, aparecen dolores de cabeza y un malestar general, como si tuvieses la gripe. Y cuando el paciente ya casi ha perdido el interés por la vida, de pronto desaparece el trastorno y uno se siente como recién nacido. Nada de euforias ni extravagancias: sólo el sereno placer de vivir a gusto. Lo malo es que al ser imprevisible la aparición del trastorno, no se pueden hacer planes ni a corto, medio o largo plazo.

A quienes padecen depresiones les aconsejo primero un buen psiquiatra o psicólogo. Con su ayuda, buscar un compromiso con la enfermedad, un modus vivendi, y cultivar la esperanza en días mejores por venir en el vaivén psíquico. Pero que nadie crea que el psiquiatra o el psicólogo son magos o curanderos. Si bien es cierto que se ha de depositar casi plenamente la confianza en los profesionales de la mente, no es menos cierto que el trabajo lo ha de hacer el propio paciente, siguiendo, al principio, las pautas que le marquen su psiquiatra o su psicólogo. Para mí, lo más importante es creer en sí mismo y en la propia capacidad para soportar solo su dolencia mental, así como para aprovechar la ayuda que nos brinde nuestro entorno, sin que nosotros seamos onerosos o un incordio para familiares y amigos.

(Dedicado a mi buen amigo A.M.S.,que padece una depresión y al que comprendo muy bien por propia experiencia).

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