Los protagonistas de las fotografías de estas páginas residen en Estados Unidos, uno de los lugares más prósperos del mundo, pero ante todo son ciudadanos de la inmensa nación de los pobres, que no conoce fronteras y se extiende por todo el planeta, desde las regiones sacudidas por guerras y hambrunas hasta la sombra del rascacielos más ostentoso. Los datos sobre renta per cápita, que sitúan a la superpotencia norteamericana en la envidiada élite de los países, se comportan como un compañero abusón que se suele colocar por delante de otras estadísticas menos favorecedoras, como las dos difundidas este mismo mes: según el informe anual de la Oficina del Censo, el 15,9% de los estadounidenses sobrevive por debajo de la línea de pobreza, lo que equivale a 48,5 millones de personas, dos millones más que un año antes, mientras que el Departamento de Agricultura ha cifrado en el 14,9% la proporción de hogares que sufren inseguridad alimentaria, es decir, que no tienen garantizada la nutrición adecuada para sus miembros. Hace un lustro, el porcentaje rondaba el 11%.
Los usuarios del comedor social de St. Francis, allá en California, al otro lado de un océano y un continente enteros, comparten decepciones y amarguras con los protagonistas de otras fotos más cercanas: el 'New York Times' publicaba el martes pasado un reportaje sobre los desposeídos españoles, con una selección de imágenes en blanco y negro que mostraban repartos de comida, desahucios, manifestaciones contra los recortes en sanidad o, en primera página de la edición en papel, un hombre rebuscando en un contenedor de basura. 'En España, austeridad y hambre', decía el rotundo titular. También en Estados Unidos el empeño de los gobernantes por minimizar gastos acaba afectando a los más humildes, que no han heredado de sus antepasados el mullido colchón de las ventajas sociales. Diversas entidades humanitarias se esfuerzan por conseguir que la miseria se convierta en un tema prioritario de la campaña electoral: «En un momento en el que el hambre y la pobreza se mantienen en niveles desmesuradamente altos, desde luego deberían estar más presentes en la agenda política», afirma Kristen Youngblood, del movimiento cristiano Bread For The World (Pan para el Mundo).
Los latinos, mucho peor
Uno de los caballos de batalla de estas organizaciones son los bonos de comida: más de 46 millones de estadounidenses son beneficiarios del programa SNAP de ayuda a los desfavorecidos, que les asigna una media de unos cien euros mensuales para contribuir a la compra de alimentos. Desde 2007, antes del inicio de la recesión, la cantidad de personas que reciben esta ayuda se ha incrementado en un 70%, con el consiguiente salto en el gasto público, que es la parte de la cadena lógica que obsesiona a muchos políticos. En las últimas semanas, el Senado ha contemplado un plan para reducir el presupuesto del SNAP en 3.700 millones de euros, mientras que la Cámara de Representantes ha estudiado un recorte mucho más contundente, de 12.000 millones. La ley agrícola, que es la que estipula todo lo relacionado con este subsidio, concluye hoy mismo su vigencia de cinco años, de manera que la decisión final sobre el asunto ha quedado aplazada para después de las elecciones.
Bread For The World y otras asociaciones afines contemplan con espanto la posibilidad de que la dotación se acabe reduciendo: «Los programas federales juegan un papel tremendo a la hora de mitigar la pobreza y mantener a raya el hambre. Recortarlos haría mucho más mal que bien», indica Kristen Youngblood.
Su organización recuerda, además, algo que ya se intuye al contemplar las fotos de estas páginas: las privaciones de estos tiempos de escasez golpean con especial violencia a los afroamericanos y los latinos. Estos últimos baten todos los récords en pobreza (el 25,3% se queda por debajo del listón) y en inseguridad alimentaria (la sufre el 26,2% de los hogares hispanos). Sea más rico o más pobre el país, esté mejor o peor gestionado, parece evidente que en todas partes cuecen habas, y en todas partes viven familias desdichadas que ni siquiera pueden permitirse cocerlas.
Fuente: hoy.es
Autor: CARLOS BENITO
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