Mucho se está hablando estos días de la mafia china que ha sido desarticulada. Aunque, en honor a la verdad, habría que referirse a ella como la mafia chino/española, ya que no hubiera podido operar en nuestro país, si no hubiera sido por la complicidad de españoles. Y es que don dinero no tiene nacionalidad. Opera en todas partes, como el poderoso caballero al que se refería Quevedo en su célebre poema: el que hace que todas las sangres sean reales, iguala al rico y al pordiosero, da autoridad al gañán y al jornalero. Y, sobre todo, “hace propio al forastero”.
El cabecilla de la trama, un tal Gao Ping, al que yo no había oído nombrar en mi vida, hasta ahora, no solo no era “forastero” en nuestro país, sino que incluso pasaba por un filántropo, un hombre de bien. Joven, de aspecto culto y agradable, se codeaba con la crema de la sociedad española, se trataba con políticos de todo pelaje y se retrataba con ministros. Un concejal socialista, por cierto, ha sido uno de los detenidos con este capo, aunque las redadas no han terminado todavía. Entre el material incautado, no sólo había miles de euros, sino también oro, diamantes y armas. Sí, armas, un negocio rentable.
Reflexionando sobre esta trama delictiva y mafiosa, me doy cuenta de cómo el fulgor del oro, el olor del dinero, y el espejismo del poder, transforman a las personas. Son esquemas muy viejos, ya lo sé, pero siguen muy presentes en nuestra sociedad. Ahora hay políticos que se ponen medallas porque han conseguido que se pueda instalar un macrocasino en las cercanías de Madrid. Nuevamente los árboles nos impiden ver el bosque. Con la tapadera de que se van a crear muchos puestos de trabajo –trabajo precario y mal pagado, por otra parte- nos están vendiendo un infierno, disfrazado de paraíso. Una vez más, don dinero obtiene privilegios, cambiando normas, leyes y conciencias. Y nos volvemos sordos, ciegos y mudos, como la escultura de los famosos tres monos representados en un templo japonés.
Cuando una sociedad atrae a “filántropos” como el mafioso chino o inversiones millonarias para levantar un templo donde fomentar las miserias y rendir culto al dinero fácil, es porque esa sociedad ha perdido el rumbo. O quizás no lo haya perdido, quizás quiera perderse en ese rumbo en el que los valores que priman son la adoración al becerro de oro y la veneración a la falsedad y a la estupidez humana. Porque, qué quieren que les diga, yo creo que cada vez somos más gilipollas. No hay más que poner la tele para comprobarlo, o mirar a nuestro alrededor.
No resulta extraño, por tanto, que España esté a la cabeza del fracaso escolar y del desempleo juvenil. Aunque claro, quizás cuando se instale Eurovegas, muchos de nuestros hijos puedan aspirar a ser “croupiers” ¡Hagan juego, señores, hagan juego…! Muchos jóvenes que dejaron los estudios hace años, se fueron a trabajar a la construcción. Había que hacer muchos chalets en las afueras de las ciudades, muchas urbanizaciones nuevas. Ahora, esos chicos están tan vacíos como los chalets que ayudaron a construir. Y no es que los culpe a ellos del fracaso escolar. El fracaso es nuestro.
Porque, ¿qué clase de educación ofrecemos? Desde luego, no es una educación que enseñe a los chavales a pensar por sí mismos, ni los prepare para la vida. La de ahora, no la del siglo XIX. Más bien los aborrega, los deja sin salida, o los condena a servir a unas estructuras sociales que se caen a pedazos, porque ya no valen en estos tiempos. Como tampoco tienen cabida, a pesar de las apariencias, el imperio del poderoso don dinero, ni las mafias, ni los casinos ¡Apostemos, sí!.. pero por otros valores.
Fuente: La Verdad - Camino a la Utopía
Autora: Rosa Villada
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