Fueron los griegos los primeros en concebir la educación -paideia- como una formación integral que ayudaba al individuo a formarse adecuadamente para el ejercicio recto de sus deberes cívicos. La paideia griega se trasladó como humanitas a los romanos; y, posteriormente, el pensamiento cristiano aquilató este sentido de la humanitas romana, trascendido por la intervención directa de Dios en la historia humana a través de la Encarnación. Este modelo educativo entraría en una gradual regresión a partir del siglo XIX. En una primera fase, al lado de las humanidades clásicas, fue ocupando un lugar cada vez más preponderante el estudio de las humanidades modernas -Psicología, Sociología, Economía, Pedagogía, etcétera-, introducidas cada vez con mayor fuerza en la enseñanza.
Paralelamente, el estudio de las Ciencias, propio del modelo clásico, fue sustituido por el estudio de técnicas especializadas y utilitarias. Y la escuela dejó de ser el ámbito único de formación: los medios de comunicación, el cine, la televisión postularon nuevos modelos educativos que ya no buscaban transmitir el saber, sino cultivar aptitudes e impartir conocimientos meramente instrumentales. Así se ha llegado a la situación actual, en la que el hombre contemporáneo, apoyado en porcentajes y estadísticas, cree poder interpretar el mundo; y en la que el estudio de las humanidades aparece caracterizado como una reliquia del pasado, mirada con un benevolente desprecio por los que se consideran a sí mismos como representantes de la cultura propia de nuestra época.
Una de las calamidades más características de nuestra época es la imposición de criterios puramente utilitarios en la transmisión del saber. Puesto que el saber ocupa lugar -parece haber concluido la moderna pedagogía-, circunscribamos su transmisión a aquellas facetas del saber que garanticen nuestro éxito profesional y nos proporcionen un rédito inmediato. Inevitablemente, todas las disciplinas que explican nuestra genealogía cultural han sido relegadas a los desvanes de la incuria; o siquiera postergadas, como antiguallas inservibles, en favor de disciplinas enfocadas a la consecución de fines prácticos. Pero desgajar la transmisión del saber del conocimiento de nuestra genealogía cultural nos condena a la intemperie más cruel, que es la de quienes no saben explicarse a sí mismos; la de quienes no pueden conocer en profundidad el tiempo presente porque lo han vaciado del tiempo pretérito que lo explica.
La enseñanza de las humanidades está intrínsecamente vinculada al desarrollo del pensamiento crítico: cuanto mejor conocemos el mundo del que venimos, cuanto más conscientes somos de la tradición que nos precede, menos permeables somos a los intentos arbitristas de fundar nuestro mundo sobre cimientos de humo. Es ley biológica infalible que el árbol al que se le cortan las raíces, como el animal lactante al que se aparta del seno materno, empieza por languidecer hasta morir por inanición. Solo quien sabe de dónde viene puede saber hacia dónde va. Solo quien está nutrido por el bagaje de conocimientos que fundan nuestra civilización es dueño del tiempo que habita; cuando ese bagaje que nos explica nos es arrebatado, nos convertimos en seres sin identidad y sin arraigo que han soltado amarras con su genealogía espiritual y navegan sin brújula a la deriva, en una singladura trágica y sin retorno hacia la barbarie. La transmisión del saber, cuando es verdadera y no obedece a fines de manipulación y dominio, no puede guiarse por criterios meramente utilitarios. Solo quien ha buceado en las intimidades de la cultura a la que pertenece puede zambullirse sin miedo en las aguas procelosas del tiempo que le ha tocado vivir. Cuando nos falta ese conocimiento primordial podremos sin duda hacer un uso utilitario de nuestros saberes, cada vez más confusos y esquemáticos, como leyendo el prospecto donde se explica el funcionamiento de un electrodoméstico podemos hacer un uso utilitario del mismo. Pero del mismo modo que un electrodoméstico estropeado se convierte en un armatoste inútil para quien solo conoce su funcionamiento por el prospecto, el mundo se convierte en un caos ininteligible cuando nos falta la clave para su desciframiento, que solo podremos hallar en el estudio de las humanidades. Y así, aturdidos y atrapados en un caos de impresiones inconexas, es como nos quieren los manipuladores y los ingenieros sociales que nos privan de nuestra genealogía cultural.
Fuente: XL Semanal
Autor: Juan Manuel de Prada
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