martes, 3 de julio de 2012

Leído en la Prensa: Cuando Cospedal no llevaba delante ningún “de”



Las agrias comparecencias semanales de María Dolores de Cospedal en la sala de prensa de Génova están consiguiendo que contemos ansiosamente los días que faltan para que Javier Arenas se reincorpore con todos los honores al cuartel general de la derecha española, tras el anuncio de Mariano de Rajoy de que lo necesita en Madrid. Viendo cada semana a Cospedal, la necesidad de Arenas no es sólo de Rajoy. También la prensa lo necesita. Y España. Y con urgencia.

Con Arenas sabemos a qué atenernos. Arenas siempre ha sido Arenas y es seguro que siempre lo será. Nunca nos defraudará (si sabemos mantener las distancias con él, claro). El todavía presidente del PP andaluz es un tipo rápido, simpático, escurridizo, tal vez un poco golfo, vividor y algo trilero, pero del que no es difícil hacerse amigo, al menos hasta que llega el momento en que la vida lo pone en la disyuntiva de tener que elegir entre él mismo y sus amigos y, naturalmente, no tiene dudas. Por eso ha ido rompiendo o alejándose de tantos amigos andaluces del PP: Manolo Pimentel, Amalia Gómez, José Manuel Gómez Angulo… Todos fueron sus amigos hasta que comprendieron que el único amigo de Javier Arenas era un tipo rápido, simpático y escurridizo llamado Javier Arenas.

Arenas será lo que sea, pero al menos no es un borde. Lo que hace tan urgente la sustitución de Cospedal es exactamente eso, que es una borde. Los ciudadanos de Castilla-La Mancha no lo sabían cuando la votaron hace algo más de un año, pero ya se van enterando. Ella se ha ocupado de que se enteren, pero se ha ocupado de que se enteren después de haberla votado, no antes. A Arenas no lo han votado lo suficiente en Andalucía tal vez por todo lo contrario, porque la gente sabía bien a quién votaba y, en consecuencia, decidió no hacerlo lo suficiente como para que fuera presidente de la Junta.

Cospedal ha sido una sorpresa para los manchegos. Con Cospedal ha ocurrido algo parecido a lo que ha ocurrido con José Ignacio Wert o con Alberto Ruiz Gallardón, que no son lo que creíamos que eran. La versión buena de ambos era la de antes de llegar al Gobierno. Wert era bueno cuando sólo era teruliano y Gallardón era bueno cuando sólo quería ser ministro. De hecho, el Wert que era tertuliano y el Gallardón que quería ser ministro nunca se habrían comportado como se están comportando el Wert y el Gallardón ministros.

¿Quiénes son el verdadero Wert y el verdadero Gallardón? Tal cosa, ay, es imposible saberla con absoluta certeza, pero, tanto en la vida como en la política, a falta de otro criterio mejor solemos quedarnos con este: el verdadero ser es el último en manifestarse.

Tampoco los votantes de su tierra pudieron imaginar que Cospedal era una borde. La número dos del PP exhibe cada semana un indudable talento para hacerse antipática siempre y odiosa cuando está inspirada. Sus ruedas de prensa están llenas de frases y reflexiones agrias, ariscas, malintencionadas, deliberadamente duras, cortantes y desalmadas. En la rueda de prensa de hoy le ha tocado a Joaquín Almunia, pero no por nada en particular, simplemente porque pasaba por allí. Mañana será cualquier otro.

Hay algo en Cospedal que acaba suscitando en el público y la prensa un rechazo que en absoluto suscitan compañeros suyos de partido o de Gobierno como Soraya Sáenz de Santamaría, Mariano Rajoy, Alfonso Alonso, Javier Arenas o Fátima Báñez (salvo que le dé por encomendarse a la Virgen del Rocío, claro).

A los periodistas que en los primeros años ochenta tratamos a Ricardo Cospedal, a quien en Albacete todos solían llamar don Ricardo, se nos hace rara la psicología esquinada y amarga de su hija María Dolores. Don Ricardo era en aquel tiempo delegado provincial de Agricultura del Gobierno de Adolfo Suárez y, aun siendo un hombre inequívocamente de derechas, tenía un trato político y personal discreto, ponderado y respetuoso. Como cualquiera puede comprobar visitando las hemerotecas, entre su nombre y su apellido no se alojaba entonces la preposición ‘de’ con la que es conocida su hija. No se sabe con precisión en qué momento exacto de su biografía política incorporó María Dolores esa sospechosa ‘de’ de cuyos antecedentes familiares no tuvimos noticia al tratar a su prudente progenitor.

Ya parece oírse el clamor de las castigadas hordas del periodismo madrileño encargado de cubrir Génova: “¡Javier, vuelve! ¡Te queremos!”. Los deseos de la corte vendrían a ser como el eco inverso del clamor oído en las provincias el pasado 25 de marzo: “¡Javier, vete! ¡No te queremos!”. Si el verdadero ser de un político es su manifestación más reciente, Arenas tendrá ocasión de hacerse perdonar en Madrid los pecados cometidos en Sevilla. ¿Cómo conseguirá, sin embargo, Cospedal hacerse perdonar los pecados cometidos cada semana en Madrid y cada día en Toledo? No se será fácil. Tal vez podría empezar a hacer méritos borrando esa fatua e impropia preposición que antecede al Cospedal a secas con que era conocido su padre.

Fuente: publico.es – Al sur de la izquierda
Autor: Antonio Avendaño

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