Para los que
sobrevivieron a su primer tomo de memorias, el ex presidente y ególatra José María Aznar acaba de presentar su
segundo libro "El compromiso del poder", que gira más sobre su figura que sobre los hechos de su periodo
como presidente del Gobierno.
Aznar resalta que gracias
a él, España salió de la sombra para ocupar el lugar destacado que merece su
realidad a la par de EE UU, gobernado por aquel entonces por el mediocre Bush. Aznar fue el único español
invitado al rancho de Bush y que, en la Casa Blanca, pudo poner sus pies, al
estilo texano, sobre la mesa del alto mandatario norteamericano. Eran éstos
detalles que subrayaban, según Az nar,
la importancia de España en el mundo de las grandes potencias. Documento
definitivo del papel internacional de nuestro país en el mundo es para Aznar la
foto de las Azores, con un George W. Bush apoyándose en su hombro: en el hombro
de la nueva España grande de José María Aznar, que da la impresión de haber
sido él el impulsor de la guerra de Irak, bajo el lema de si Saddam Husein
tiene armas secretas que se las enseñe a los inspectores de la ONU. Parece como
si para Aznar, Irak hubiese sido el segundo Lepanto español.
Por otra parte, el
admirador del ultra derechista Onésimo Redondo,
superdimensiona la anécdota del peñasco de Perejil, tomado por un par
de soldados marroquíes y recuperado sin
pegar un tiro por las fuerzas armadas españolas, que tuvieron la delicadeza de
invitar a desayunar al par de marroquíes que ocupaban el peñón. Según Aznar,
esta proeza bélica española convenció al rey Mohamed VI que Marruecos perdería una guerra contra España, es decir,
fue un acto de disuasión respecto a Ceuta y Melilla.
No se dice explícitamente
cómo Aznar llamó a los directores de los principales periódicos (con RTVE no
hubo problemas: era a la sazón "propiedad" de Aznar) para convencerles de que
atribuyesen el atentado del 11 de marzo
de 2004 (11-M) a la banda terrorista ETA, que se distanció enérgicamente de la
autoría del mismo. El motivo de esta confusión de la opinión pública era la
proximidad de las elecciones generales, que perdió el PP, dando paso al gris
candidato socialista Zapatero. Como es
generalmente sabido, al rechazar Rodrigo Rato ser su sucesor, Aznar eligió a dedo al no menos gris
Mariano Rajoy, pisándole todos los juanetes al hombre fuerte del PP, Javier
Arenas, que se había hecho esperanzas. Hubo malestar en el PP por esta forma de
proceder del máximo líder, pero el PP traga finalmente todo lo que viene de
arriba.
En fin, las memorias de
Aznar sólo son recomendables a sus más acérrimos seguidores o a quienes padecen de insomnio.
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