España es uno de los países mediterráneos donde más se
blasfema. Preferido para el improperio es el “Ser Supremo”: “¡Me c… en Dios!”
Eufemismo: “¡Me cago en diez!”. Parece que la blasfemia es exclusiva de los hombres.
Se oye muy poco blasfemar a las mujeres. Pero las mujeres también hacen uso del
español soez, que puede escucharse incluso en la televisión (sobre todo en las
telenovelas realistas).
“Hostia” es una de las palabras católicas más
pronunciadas. Tiene muchas acepciones nada religiosas: puede emplearse para
expresar sorpresa, enfado, bofetada, golpe (en general). Como sorpresa
también se utiliza en plural: “hostias”,
cuyo eufemismo es “ostras”. Para decir que alguien es el colmo, se usa: “¡Es la
hostia!”.
Si aplicamos la lupa del psicoanálisis al fenómeno de la
blasfemia, podríamos obtener los siguientes aspectos: La blasfemia es el
desahogo de alguien que se considera impotente ante un adversario, o un
descargue de adrenalina (por ejemplo, por una fuerte tensión interna). También
denota la explosión de una intensa cólera o ira. El blasfemo, en general, no
piensa realmente en que está mancillando lo sacrosanto, quizás incluso sea un
creyente. Pero precisamente por su religiosidad recurre a la blasfemia como lo
más afectivo, enérgico y expresivo que pueda proferir. Psicoanalíticamente,
para algunos creyentes blasfemar sería
una especie de sadomasoquismo religioso.
Durante
la dictadura, cuando se fundían Estado e Iglesia, estaba prohibida la blasfemia, que podía ser sancionada con
una multa o calabozo por el poder civil, siguiendo los deseos del poder
eclesiástico. En bares y tabernas había letreros en los que se podía leer: “Se
prohíbe blasfemar”. Ahora lo que se prohíbe es fumar, hasta en los concursos y
debates en la televisión.
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