Este pasado fin de semana ha sido muy triste. Pero aunque dedicado a los difuntos, muchos, tras la obligada visita al cementerio, se han aprovechado del luctuoso puente para romper la rutina, disfrutar un poco de ocio y para recordar en un agradable entorno a los seres queridos que nos abandonaron para siempre.
La tradición de honrar a los difuntos se remonta a los principios de la Humanidad. Según sabemos por los arqueólogos, por aquel lejano entonces a los muertos se les enterraba en una cueva o en un socavón protegido de los animales depredadores. Los griegos y los romanos erigían túmulos, rodeados de antorchas. Conocida es la costumbre de los egipcios de que el faraón se hiciese construir una pirámide, con una cámara mortuoria en el interior. Fallecido el faraón, era embalsamado. A su lado se colocaban manjares como viandas para el largo viaje a la eternidad. También se depositaban tesoros o joyas muy valiosas, una tentación para los profanadores y ladrones de tumbas.
En nuestros días, en Europa, existe la tradición de acudir a los campos santos para llevar unas flores al ser querido y permanecer delante de su tumba, en un diálogo con el difunto, que naturalmente es un diálogo consigo mismo. Los anglosajones, con su humor negro, han inventado la fiesta de Halloween, una especie de carnaval, que se ha extendido por casi todo el mundo. Es una fiesta sobre todo para niños.
En nuestra civilización occidental se sigue manteniendo el rito del sepelio, pero son cada vez más los casos de quienes desean ser incinerados y que sus cenizas se esparza n en un paraje querido, por la ladera de una montaña o por un río. Echar las cenizas al mar está ahora prohibido, por lo menos en España.
En la India se mantiene la tradición de la incineración. Hasta no hace mucho tiempo existía la costumbre de quemar viva también a la esposa del finado, para que ambos juntos emprendiesen el viaje al más allá o al nirwana.
Personalmente prefiero la incineración. No me es muy agradable la idea de que me recuerden, allá en una fosa, comido por los gusanos. El fuego, por el contrario, lo purifica todo. Pero las personas religiosas piensan como un antiguo compañero mío, ya fallecido: “Si me queman, ¿cómo voy yo a aparecer sin cuerpo ante Dios el Día del Juicio Final?”
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