Desde que el ser humano
inventó, hace unos 20.000 años, la lanza para cazar, a la que siguieron otros
utensilios mortales, no sólo para la caza de los animales, que le nutrían, sino
de los miembros de otras tribus humanas que le disputaban el territorio y las
mujeres, no han cesado de haber en el mundo los “criminales de guerra”, los
déspotas, los tiranos, los Atilas, los Nerones y una larga lista, que, entre
otros, incluye en el siglo XX al asesino de masas, Hitler.
Ahora, desde hace ya
muchos meses, destaca el criminal sirio Bashar Al Assad, que está aniquilando a
su pueblo, empleando incluso armas químicas, lo cual cínicamente es desmentido
por el déspota. Ni siquiera la amenaza de Estados Unidos de intervenir en Siria
asusta al dictador, que ahora se permite el lujo de amenazar a EE UU con lo
peor e inmediato si ataca a su régimen. En el senado norteamericano,
mayoritariamente conservador (republicanos) se debate ahora la conveniencia o
no de intervenir en Siria, como pide el presidente Obama. En la zona existen
intereses occidentales muy fuertes, relacionados con la energía.
Al Assad ha “recordado”
que Siria no es sólo Siria; que en la zona existen numerosos territorios
interconectados. “Si se golpea en un sitio, cabe esperar algún tipo de
consecuencias”. Estas amenazas iban, por supuesto, dirigidas a los
republicanos, los más interesados en las zonas de las que hablaba Al Assad.
Probablemente, Obama sea
derrotado en el Senado y EE UU hará una de esas inútiles condenas de la
violencia y un llamamiento al diálogo, al que diligentemente se sumará el Reino
Unido, poco proclive a una intervención en Siria, que, según Obama, no sería
una guerra como en Iraq. Francia se mantiene presta. España no tiene el peso
específico como en Iraq o en Afganistán, aunque seguro que asumiría las tareas
adecuadas a su potencial.
En este escenario de
horror, que vemos diariamente en la televisión, el drama Sirio nos atañe a
todos.
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