Todos los medios de
comunicación españoles se ocupan extensamente de la mala salud del Rey, a quien
se practica una segunda operación en la cadera izquierda para sustituir la
actual prótesis, foco de una gran infección y de insufribles dolores, que se
unen a las fuertes molestias en otros huesos.
Por muy de derechas o
republicano que se sea, causa pesar lo mucho que está sufriendo el monarca,
apenas sosteniéndose en sus muletas y disimulando el dolor, que, a veces, le imprime
un semblante de sufrimiento, aunque Juan Carlos (76) aguanta e incluso dibuja
un aire de sano en su figura.
La salud del Rey importa
a casi toda la sociedad de España, que
con sus más o con sus menos, sabe la crucial
importancia de Juan Carlos para el presente y el próximo futuro de
España, que algún día –los tiempos aún no están maduros- bien podría
convertirse en una república.
El Rey descarta una
abdicación, aunque sabe lo bien preparado que está el Príncipe Felipe. No sólo
por apego al poder, sino por la gran responsabilidad que pesa sobre sus hombros
al ser Jefe de Estado y de las Fuerzas
Armadas, en un país que aún sigue dividido en dos mitades, con la sombra del
Caudillo flotando sobre los conservadores. El gran mérito del monarca es saber
mantener cierta concordia en “las dos Españas” (Antonio Machado) que se odian.
Juan Carlos, nombrado
sucesor del régimen por el dictador Franco, (que en un arrebato de cínico
oportunismo calificó a su dictadura de “democracia orgánica”), no quiso, como
Rey, continuar la farsa. Asistido por hábiles consejeros derechistas, como
Torcuato Fernández Miranda, que veía a España estancada con las inoperantes
Leyes Fundamentales del Reino, y con la ayuda y dedicación del joven franquista
Adolfo Suárez, el sucesor del Caudillo se dispuso a desmontar al arcaico
régimen. Por lo demás, qué morro el del cruento general, nombrar reino a
España, él un pequeño vasallo de Alfonso
XIII, teniendo al sucesor del vacante trono
español a un tiro de piedra de España, a don Juan, Conde de Barcelona, exiliado
en Estoril (Portugal).
No voy a relatar los
sinsabores que ha tenido que sufrir Juan Carlos, el enemigo declarado para los
falangistas, e incluso, al principio, el disgusto familiar con su padre, el
heredero dinástico del trono. Tampoco quiero explayarme en la hostilidad de los
franquistas duros, que consideraban traidor al sucesor de Franco. Con la
libertad y la democracia, Juan Carlos supo superar todos los impedimentos e
iniciar la transición. Pero el monarca no puede vencer un obstáculo: los
achaques de la edad. Aunque Juan Carlos no quiere abdicar (ningún Borbón abdicó;
Alfonso XIII marchó al exilio) la palabra está en todos los círculos políticos.
Una fecha propicia para un acto tan transcendental, podría ser el 6 de Enero de
2012, la fiesta de la Pascua Militar.
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