La
Historia es el estudio del pasado, basándose en testimonios y datos disponibles
y confirmados como ciertos. Todo lo demás que, sobre todo las religiones, nos
quieren vender como histórico es falsificación, mentira.
Puede
decirse que la historia comenzó hace unos 20.000 años, con las pinturas
rupestres, que nos informan de datos de la vida cotidiana de nuestros
ancestros, sobre todo en lo que respecta a la caza. Alusiones religiosas, con
el Sol como Dios, las encontramos en las viejas culturas indias, chinas y –antes
de Colón- ameroindias. Posteriormente, otros pueblos como los iberos, los
cartagineses, los fenicios, los griegos, los celtas y los romanos legan a los
investigadores un bagaje histórico, que permite que la historia de Europa sea
una referencia continental.
Pero hay
que andarse con mucho cuidado con la autenticidad de la historia. Según los
investigadores ninguna religión está avalada por el hecho histórico, tratándose
(la Biblia, los Evangelios, etc.) de una recopilación de leyendas, fantasías,
invenciones, con el único fin de dominar mentalmente a los pueblos en sus
radios de acción, meta que han conseguido si observamos las prácticas
religiosas que existen en la actualidad.
El ser
humano necesita espiritualidad, creer en algo. El único acceso que encuentra a
esa necesidad es la fe, aunque sea cerrando los ojos a la realidad.
Pero la
historia no está sólo al servicio de lo religioso. Según apuntábamos al
principio, la historia, investigada por científicos serios y objetivos, es la
crónica, frecuentemente tumultuosa, de la existencia y el quehacer de un pueblo
o una nación, de las guerras y los roces entre los pueblos para establecer su
territorio y sojuzgar a sus vecinos, siendo ése el fundamento de las actuales
naciones, a las que también la historia ha imprimido su sello.
En
ninguna historia es todo felicidad. El historiador serio y objetivo encuentra
en la historia hechos espeluznantes. No hace falta que nos remontemos a los
albores históricos para toparnos con esas barbaridades. Por razón de espacio,
limitándonos al pasado siglo XX, tenemos la espantosa I Guerra Mundial (en la
que se emplearon armas hasta entonces desconocidas como el gas, los
lanzallamas, la aviación y los carros blindados. Perdida la guerra (11 de
noviembre de 1918), los perdedores, los alemanes, sufrieron toda clase de
sanciones: la más dolorosa, el tratado de Versalles (pretexto para la II Guerra
Mundial), que dejaba el Rin, Alsacia y Lorena en manos de los franceses.
La II
Guerra Mundial dejó al descubierto al régimen nazi de Hitler como criminal de
lesa humanidad, con millones de judíos, gitanos, rusos e incluso republicanos
españoles asesinados en las cámaras de gas. Pero Alemania, asumiendo el horror
y los sufrimientos infligidos, indemnizando a gran parte de los familiares
judíos (desgraciadamente no se han restituido todos los daños: en el caso de la
destrucción de la villa vasca de Guernica, de los bombardeos por la modernísima
aviación alemana sobre ciudades españolas o el asesinato de más de 700
republicanos españoles (“rojos”) en el campo de exterminio de Mauthausen
(Austria). La República Federal de Alemania argumenta, no sin razón, que las
operaciones de la Legión Cóndor, fueron pedidas por (el patriota) Franco, por
entonces muy afín a los regímenes fascistas europeos de Alemania e Italia.
Los
alemanes han superado aquellos siniestros tiempos a través de “la memoria histórica”, en alemán:
“Vergangenheitsbewältigug”. Las autoridades alemanas suelen celebrar homenajes
a las víctimas del nazismo, mantienen centros históricos sobre aquel periodo. En
las escuelas se explica este tenebroso pasado. Enseñar el retrato de Hitler es
delito. Su panfleto “Mi lucha”, (“Mein Kampf”), no puede ni exhibirse ni
comprarse. Los derechos pertenecen al estado federado de Baviera. Los servicios
secretos y las autoridades están ahora preocupados por el aumento de los nazis
en Alemania (como en todas partes de Europa afectadas por la crisis). La
policía alemana procede con energía contra estos impresentables. Cabe esperar
que los jueces actúen con todo el rigor de la ley contra estos impresentables
enemigos de la Constitución. También que entre nosotros se adopten similares
medidas, que no actúen a su libre albedrío
los enemigos de nuestra Carta Magna.
En España,
el partido en el Gobierno (PP) está dispuesto a restaurar El Valle de los
Caídos, símbolo supremo del faraónico fascismo español, en vez de convertirlo
en un emblema de España, de todos los españoles que desean que algo así nunca
se repita. En pueblos de España existen aún plazas dedicadas al Caudillo o
Generalísimo Franco, así como calles con el
nombre del general Mola, de Queipo de Llano o de José Antonio. El PSOE
ha gobernado durante bastante tiempo. ¿Qué ha impedido, por ejemplo, a Zapatero,
encargarse de limpiar de símbolos franquistas a España. ¿Miedo? ¿Miedo también
a la Iglesia nacionalcatólica, que no borra de las fachadas de las iglesias las
listas de los héroes del anterior régimen? Pero no olvidemos que Mussolini y Hitler
fueron derrotados. El dueño de España durante unos 40 años, falleció muy enfermo
en la cama.
Todo
esto ha de figurar en nuestra memoria histórica, aunque mucho me temo que
tendrán que venir dos o tres generaciones para que se disipe la sombra del Caudillo. Esto
también vale para el PP, sin el que tampoco podrá escribirse la historia de
España.
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