Cuando escribo “eutanasia” no me refiero al holocausto, el asesinato de casi un millón de personas en los campos nazis de las SS. Los fanáticos de la “raza aria” (nunca existió y mucho menos en Alemania) extendieron la purificación de la raza a enfermos mentales, personas con enfermedades o defectos hereditarios y pacientes terminales. La decisión de quién no era digno de vivir, la tomaban médicos o catedráticos nacionalsocialistas. De esa forma, Hitler pretendía purificar la mestiza población alemana bajo la cruz gamada.
Hoy día, la eutanasia tiene un matiz muy distinto. En Europa, está permitida en Suiza. En Zúrich existe un instituto con el nombre de “Morir humanamente”, también: “Por una muerte digna”. Con autorizaciones firmadas por los mismos pacientes o un familiar, el Instituto procede a los preparativos, entre ellos la instalación de un lujoso y cómodo aposento. En ese agradable ambiente, al candidato que va a dejar este mundo (y todo el universo), llegado el momento, se le tiende un vaso de agua con dos sustancias: una sumamente relajante, que le hará dormirse casi inmediatamente, y la otra, la letal, que actúa en muy pocos minutos. El Instituto se encarga después de cumplimentar todos los trámites administrativos.
También en Alemania existe una organización parecida, la “Deutsche Gesellschaft für humanes Sterben” (Sociedad Alemana para una Muerte Humana) con una rama española, la DMD (“Derecho a Morir Dignamente”), una Federación de 4.000 socios, de la que fue presidente el conocido ingeniero, filósofo y escritor Salvador Pániker. De una manera tímida, con todas las limitaciones que marca la legislación española, esta asociación “promueve el derecho de toda persona de disponer en libertad de su cuerpo y de su vida y a elegir libre y legalmente el momento para finalizarla”, amén de “defender de modo especial el derecho de los enfermos terminales e irreversibles a morir sin sufrimientos si éste es su expreso deseo”.
Suelen recurrir a la eutanasia los enfermos terminales, los incurables, los parapléjicos, los previsores que, estando en coma y sin posibilidad de despertar algún día (entretanto, el cerebro va destruyéndose poco a poco), han dejado con anterioridad un documento firmado para que sus familiares – si surge la necesidad– actúen en consecuencia, y aquellos que ven que se han convertido en una gran rémora para la familia.
¿Qué es mejor, morir suavemente, desaparecer, o hacer infelices durante años a los parientes? Existen excepciones: por ejemplo, la eutanasia no puede aplicarse en el caso de depresiones. Las circunstancias más frecuentes: cáncer sin curación, Alzheimer, Parkinson avanzado y cerebros destrozados por un ictus o un accidente de tráfico o laboral con interrupción del flujo sanguíneo cerebral.
Opino que la eutanasia es lo más humano, tanto si lo desea "ad personam" el propio enfermo como si lo ha dejado previamente plasmado por escrito para que otros se encarguen de tomar la decisión pertinente en el caso hipotético de que a él, en ese momento, no le fuese posible dar su expreso consentimiento a esa medida. Y, aunque soy contrario al aborto en muchos casos, creo igualmente que las mujeres también tienen derecho a interrumpir el embarazo si el ginecólogo observa durante el proceso de gestación una grave malformación del feto.
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