El otro día me llamó la atención en la tele una campaña en forma de dos
elegantes anuncios contra los piojos. Si mal no recuerdo, después de la II
Guerra Mundial estos repugnantes y molestos insectos fueron una de las plagas
de la población europea –incluida España-, contra la que denodadamente se luchó,
creando la industria química eficaces productos como el Cruz Verde español. A
mediados de los años sesenta del pasado siglo, apenas quedaba rastro de ftirápteros, según la denominación
científica de este asqueroso bicho.
Pues bien. Según se deduce de los anuncios citados, el piojo, sinónimo de
miseria, vuelve por las andadas, no sólo en España. En los países nórdicos,
entre ellos Alemania, podemos leer también notas o avisos en contra de la
existencia de piojos en las escuelas. Y
como siempre se necesita un culpable, se señala, no sin razón, a los niños de
los inmigrantes que pegan los piojos a sus compañeros.
Los parásitos tienen
como hogar la suciedad y la ausencia de higiene corporal. Ya se pueden anunciar
en la televisión los más eficaces productos contra los piojos y las liendres:
si las familias inmigradas, no adoptan los usos del aseo, sobre todo antes de
enviar a sus pequeños al cole, éstos en
los comedores y en el recreo estarán creando cada día una nueva generación de ftirápteros. ¡Ya pueden las industrias
del ramo fabricar productos cada vez más eficaces!
No se sabe si por mala conciencia o por estulticia, todo el mundo que sólo
pone los puntos sobre las íes, siente remordimientos de conciencia y teme ser
tachado de racista. Hace tiempo que los traficantes de personas han comprendido
la gran fuerza de la palabra racista, que es la primera que enseñan a sus
víctimas para defenderse verbalmente en el país de acogida. Racista no es quien
sólo desea ayudar al inmigrante a llevar
una vida normal (integración), si no quien desprecia al inmigrante, por ser “el
otro”, por el color de su piel y por miedo al contagio con sus costumbres.
Los antirracistas sí que se preocupan de los piojos, pues desean
para los niños extranjeros el mismo estándar de vida que para los nativos. Sin embargo, dudan
reprender o perseguir a aquellos inmigrantes dedicados a
la delincuencia o al crimen. por miedo a que se les tache de racistas.
Los estados europeos deberían, a mi parecer, tomar cartas en el asunto, ya que tienen el deber de
velar por el bienestar y la seguridad de sus ciudadanos.
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