La ética es el elemento
fundamental de una auténtica democracia. La ética es la ciencia, ramal de la
filosofía, que estudia los actos humanos desde el punto de vista de su rectitud
y con los baremos de buenos o malos. Toda ética pretende la formación de
hombres de buena conducta en todos los sectores de la vida.
Se entiende que la ética
sea más exigente en cuanto a las relaciones individuales o colectivas. Una
ciudadanía, un gobierno o un partido sin ética serían hordas. De especial
importancia es por eso la deontología que marca la buena conducta de los
gobiernos, los partidos y los grupos profesionales.
La ética, cuyos libros de
texto habrán de ser redactados por solventes filósofos, es, en mi opinión, la
asignatura más importante en cualquier plan educativo. Los colegios, como
colectivos, también están sometidos a la ética para la óptima convivencia entre
enseñantes y alumnos, lo mismo que la ética ha de gobernar la convivencia de
los ciudadanos y el desarrollo de la vida política, con especial aplicación a
los partidos políticos. Por lo demás, la ética ha de inspirar muy especialmente
a la Justicia, siendo ésta en el fondo quien sanciona (y tendría que sancionar
más) las conductas contrarias a la ética.
Una democracia sin ética
no es una democracia. Es una dictadura encubierta de los ávidos del poder, de
los cínicos y falaces, que viven lujosamente a costa de la sociedad. El estudio
de las religiones (no de una sola religión, que tiene la osadía de declararse
como la única verdadera) es útil por ser una parte de la historia de nuestros
ancestros, pero no es tan esencial para la convivencia humana como la Ética.
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