lunes, 16 de septiembre de 2013

Atalaya: ¡Ahí están!



La noticia del ataque este fin de semana al centro cultural catalán Blanquerna en Madrid por parte de una horda de extrema derecha, va más allá de la anécdota periodística. Es un hecho que han de tener muy en cuenta todos los demócratas,  no sólo los catalanes, sino los del resto de España. No para asustarse, antes bien para unir los esfuerzos para condenar a la inercia a los incorregibles bárbaros, que no son sólo un fenómeno español (porque nuestra democracia sea aún débil), sino europeo (al calor de la crisis). En Noruega cortan el bacalao los conservadores y la extrema derecha. En Alemania se ha descubierto que en el Ejército Federal (Bundeswehr) existen unos 400 radicales de derechas  y se observa con preocupación el aumento del número de nazis en el país.
 
En España hasta ahora nadie sabía que aún existían los “blaspiñaristas” y consideraban a los ultras como un grupo de exaltados adoradores de la Falange, sin ninguna clase de coordinación. La verdad se puede ver visitando El Valle de los Caídos, punto de encuentro de los nostálgicos del dictador Franco, acudiendo a determinados “sindicatos” e incluso visitando al PP. Un conocido mío, con un cargo en el PP, me dijo un día en Múnich que los jóvenes del PP aspiran a un partido conservador, moderno y tolerante, pero que en el partido existía “la caverna”, los incorregibles partidarios del Caudillo y su dictadura. Principal tarea ideológica interna del PP, si quiere ser un gran partido conservador, sería desalojar el búnker. Pero ¿puede conseguir el Partido Popular mayorías sin el apoyo de la ya no invisible extrema derecha?
 
Después de lo sucedido en Blanquerna, en la Diada, Artur Mas y sus radicales separatistas harían muy mal en caer en el victimismo. Los gamberros ultraderechistas no defienden la idea de España como casa común de los que habitan el territorio ibérico, sino que pretenden imponer un concepto totalitario centralista, que no respeta la esencia de España como país plural unido en la misma aventura histórica. Esta esencia se halla en la Constitución.
 
 

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