No hay cosa que más me
saque de quicio, que suene el teléfono y que al contestar te salga una voz, por lo general femenina e hispanoamericana,
que como una ametralladora pretende venderte algún producto que, habitualmente,
no necesitas para nada. Las llamadas se suceden, también con voces masculinas.
A veces se trata incluso de voces “enlatadas” y es una máquina la que te está
dando la brasa.
¿Por qué no se prohíbe la publicidad telefónica, también
conocida como telemarketing? ¿O existe ya una normativa de la UE, que las
empresas en España, igual que en la televisión, se la pasan por el arco de triunfo?
Estoy harto de que mi teléfono sirva
de arma en esa furiosa guerra entre las compañías de móviles y telecomunicaciones
a la captura del comprador. Todas ellas, con la excusa de que tu actual
compañía te está arruinando, de que “con nosotros te sale casi gratis”, te propondrán,
entre otras “estupendas” prestaciones, cambiar tu móvil por uno de esos de
última generación, que yo, por ejemplo, sinceramente nunca llegaré a saber
manejar.
Te ofrecen el oro y el moro y algún
incauto puede llegar a creer que todo es verdad, decir “sí” y ver después
inundado su buzón de algún tipo de publicidad o, a lo peor, que se persone en su
casa un bien adiestrado comercial que, con mucha labia y buenas maneras, quiera
convencerle de las bondades de cualquier tipo de producto.
Mi solución ha sido drástica: desconectar el teléfono.
Quien quiera hablar conmigo, que deje un mensaje en el contestador automático.
Si es alguien conocido, le devolveré la llamada.
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