Los periodistas desempeñan un papel esencial en la democracia. Aunque todo periodista, como ciudadano, disfruta de los mismos derechos políticos que el resto de la ciudadanía, la misión del periodista, para la que es formado, no es la de hacer política, sino informar objetivamente del acontecer político, y sin proyectar las ideas del partido en el que pueda militar, suministrar a los ciudadanos material fiable para que se formen una opinión sobre el gobierno, el partido en el gobierno, sus aciertos y sus fallos, así como sobre la oposición, sus aciertos y desaciertos y sus propuestas ante los aciertos y los errores del gobierno y del partido que lo sustenta. Si un periodista incumple estas condiciones previas, ya no es informador. Al tergiversar la realidad, se convierte en un “agente” del gobierno y su partido, en un vocero de los gobernantes, bajo la sospecha de estar untado, ser un intruso en el ámbito de la prensa y tal vez ser una pieza de la generalizada corrupción, esta vez bajo el lema de “España una grande corrupta”.
Otra cosa son los editoriales y secciones de opinión. Los editoriales ofrecen al destinatario de los mismos una valiosa información sobre la línea política del medio y una visión de opiniones, que pueden ser rebatidas, del panorama político. Por eso es tan importante contrastar con otros medios, para formarse una opinión propia. Entre las libertades básicas figuran las de expresión y opinión. El periodista auténtico puede expresar su opinión sin cortapisas, aunque pertenezca a un partido, siempre que quede clara esta circunstancia y que se expresa a título personal. También está claro que dicha opinión puede ser rebatida por otros medios. Lo ideal sería que una institución imparcial controle que se cumple la libertad de los medios de comunicación y que amoneste y sancione a aquellos directores de prensa escrita, de radio y televisión que, más o menos sutilmente imponen, sobre todo a los medios públicos, la ideología del gobierno y de su partido. Un periodista partidista debería buscarse la vida en otra parte. Una cosa es la legítima diversidad de opiniones y otra la mentira o la tergiversación de la información.
En cuanto a los medios de difusión de los partidos, la experiencia enseña que están condenados al fracaso si los dirigentes políticos pretenden convertirlos en públicos. Así lo experimentó el venerable órgano socialdemócrata alemán (SPD) “Vorwärts” (“Adelante”), cuando la ejecutiva del partido quiso convertir a este órgano en un periódico público. La publicación socialdemócrata se hundió por falta de lectores. Es similarmente angosto el horizonte de las publicaciones de las fundaciones, escritas de antemano sólo para un restringido círculo de intelectuales, que las entienden. Aunque existe la sospecha de que en las fundaciones hay gato encerrado, que no tiene nada que ver ni con la información ni la formación de los ciudadanos de a pie, a los que, por lo demás, tampoco llegan esas revistas.
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