A medida que nos vamos haciendo mayores los recuerdos de la infancia afloran a nuestra mente. Ese es también mi caso, ya que precisamente en estas fechas me acuerdo de las Navidades de mi niñez y de cómo las celebrábamos culinariamente por aquel entonces en mi Barcelona natal.
Todo el mundo hacía un esfuerzo para que la comida fuese algo especial y, aunque sólo los ricos podían permitirse algunos productos como el foie y el marisco, los demás mortales trataban de mimar a los suyos en esas fechas con un menú tradicional para chuparse los dedos.
Y ese era el caso de mi madre, quien además de guisar como un ángel, tenía el don de darle a todo lo que preparaba ese toque de distinción que convertía un modesto guiso en delicatesse.
La veo todavía en Nochebuena, sentada en la mesa camilla de la cocina, al calorcito del brasero, quitándole con unas pinzas los “cañones” al capón y rellenándolo de frutos secos (ciruelas, pasas, piñones) y manzanas frescas. Esa noche la cena era frugal, ya que después de la Misa del Gallo tenía lugar el llamado “resopó”, un pica-pica a base de buen embutido, quesos, frutos secos, turrón y una copita de cava o de vino rancio para entonar el cuerpo.
El 25 de diciembre, primer día de Navidad en Cataluña, la comida la componían una sopa de galets (una pasta gruesa que tiene el aspecto de la casita de un carácol) hecha con el caldo de la “escudella” de Navidad, un cocido especialmente sabroso que se preparaba con diferentes clases de carne y verduras. Aunque en muchos hogares se consumía primero la sopa de galets, después la “carn d’olla” (carne del cocido) y, finalmente, el plato principal, mi madre prefería olvidarse de la “carn d’olla” para pasar directamente al capón relleno como guiso estrella. Y de postre, turrones variados y “neules” (barquillos).
El 26 de diciembre, día de San Esteban (gran festividad en Cataluña), la tradición mandaba (y manda) comer, como ya les comentaba ayer, los elaboradísimos canelones para aprovechar las ricas sobras de la escudella de Navidad, a los que, según la receta familiar, siempre se le puede añadir algún que otro ingrediente. Este plato se ha convertido a lo largo de los años en otro de los símbolos de la Navidad catalana.
Aún en los tiempos que corren, en los que las madres ya casi no saben guisar, las familias en Cataluña se siguen reuniendo los días 25 y/o 26 de diciembre para celebrar las Navidades a la antigua. Y seguirá siendo así mientras haya una “yaya” (abuela) o una “tieta” (tía) dispuesta a cocinar para todos con tal de disfrutar de toda la familia reunida, al menos en esas fiestas tan sonadas.
Margarita Rey
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