Al margen del rompecabezas de Ucrania, que trae tarumba a la
prensa nacional y a la extranjera, además de una guerra, lo de Ucrania podría
traer cola para Estados Unidos (que ven aquí una posibilidad de debilitar al hombre fuerte de Europa del
Este) y para la Unión Europea, que
depende en amplia medida del gas ruso y cuyo anhelo sería una Gran
Europa que incluiría a Rusia, primero como asociada y después como miembro de
pleno derecho, en una especie de Federación o Confederación (sueños mal vistos
por Estados Unidos, que no tolerarán que nadie les arrebate el liderazgo del
poder mundial). Pero también interesa a un país como España, donde una
autonomía débil quiere sobrepasar al Gobierno y declararse independiente.
También en Cataluña existe un sector de la sociedad que quiere cometer el mismo
error que Crimea y Ucrania, sin pensar en sus posibilidades de subsistencia.
La verdad es que España anda bastante revuelta con la crisis
y sus secuelas, con la escandalosa corrupción de quienes estaban obligados a
servirla, con la pésima gestión de derechistas como el ministro de Justicia, Alberto
Ruiz-Gallardón; el ministro de Hacienda,
Montoro, el de Economía, de Guindos. Sin olvidar al presidente del cotarro,
Mariano Rajoy, quien hasta ahora sigue comportándose democráticamente, a pesar
del ya aprobado anteproyecto de Ley de Seguridad Ciudadana del Ministro Jorge
Fernández (cuyo Ministerio ha sido rebautizado por la gente en “Monasterio del
Interior” desde que ha trascendido que reza el rosario hasta en el avión). Una
ley “mordaza” que, con sus elevadas multas y sanciones, pretende privar al
ciudadano de su derecho constitucional de manifestarse pacíficamente y recuerda
fatalmente a la franquista “Ley de Orden
Público”, con una policía cada vez más dura (aunque también hay que decir que
los agentes son atacados sin piedad por
salvajes encapuchados, que tiran adoquines o usan bates de béisbol contra los
antidisturbios). Los extremistas de derechas y los de izquierdas no se diferencian
en nada, su escasa masa cerebral es sorprendentemente la misma.
Pero a mí lo que más me preocupa es el aumento, tanto en la
izquierda como en la derecha, de una especie de desapego al Rey don Juan
Carlos. Lo he escrito varias veces y lo repito. No soy monárquico y rechazo a
los Austrias, los Borbones o como se quieran llamar las dinastías que reinan,
aunque no gobiernan, en muchos países europeos. Soy republicano, pero creo que
la bandera y el himno de Riego expresan más
nostalgia que alegría. Además, conociendo el percal, ¿quién me asegura
que, como en la elección de Rajoy, una aplastante mayoría no elegiría a un soberbio
y ególatra Aznar o a un botarate anodino del corte de Zapatero como presidente
de la República? Prefiero lo que actualmente tenemos. ¿No les parecen
sospechosas esas prisas de la derecha más rancia y de la extrema izquierda para
que abdique Juan Carlos? Desgraciadamente, hay ejemplos sangrantes en la
Historia de cómo la extrema derecha puede llegar al poder a través de las urnas
y luego borrar de un plumazo todas las libertades. Ni tampoco me gustaría vivir
bajo un régimen como el chavista porque lo considero una perversión de la idea
socialista.
Es cierto que nuestra democracia está viciada por el gran
afecto que, según confesó Juan Carlos a José Luis de Villalonga, el Rey sintió
por el criminal dictador. También es cierto que hay muchas lagunas en el
proceso de transición desde una férrea dictadura a una democracia pactada. Es
asimismo verdad que en el momento de arrancar la transición aún existían los
poderes fácticos, en primer lugar, el Ejército y la Iglesia nacional católica.
Con el fracaso del 23-F, Juan Carlos se ganó la adhesión del sector no
franquista del pueblo español, que, no se había dejado lavar el cerebro por la
omnipresente censura de don Manuel Fraga Iribarne y sus sucesores en el
ministerio de Información y Turismo (“Desinformación y Ocultismo”, decía la
oposición democrática en la clandestinidad o en el exilio).
Resumiendo: Juan Carlos y Felipe tendrán que andarse con
pies de plomo si quieren que continúe la “monarquía republicana” como existe en
Bélgica, Holanda o Suecia. Felipe VI sería un buen sucesor, seguramente más
cercano a la ciudadanía que los que ahora gobiernan.
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