En los comienzos de las modernas democracias, los politólogos creían que el ideal democrático era el bipartidismo, es decir, dos grandes partidos se turnaban en el poder según la voluntad ciudadana expresada en las urnas.
Pero en la praxis pronto se puso de manifiesto el fallo del sistema bipartidista. El monopolio que ejercen ambos partidos en el parlamento no es democrático en poridad, dejando fuera de la democracia a pequeños partidos, que juntos representarían un considerable sector de la opinión pública.
En Alemania, para que un partido pueda entrar en el Bundestag (Parlamento Federal) ha de superar la llamada barrera del 5%. Cuando un partido saca menos del 5 por ciento de los votos, pero sí uno o dos mandatos directos, estos diputados elegidos directamente pueden ir con su escaño al Parlamento Federal, aunque no en representación de su partido.
Desde casi el principio del parlamentarismo alemán (1945), junto a los dos grandes partidos, CDU/CSU (“conservadores demócratas cristianos) y el partido socialdemócrata alemán, SPD, surgieron en 1948 los demoliberales (FDP), que desde muy pronto enseñaron su auténtico rostro de aliados del capital, pero gracias a ellos como partido bisagra (con sus cinco o siete escaños) han podido gobernar en coalición los dos grandes partidos. En las últimas elecciones del 2013, por primera vez desde su fundación, los demoliberales (con 4,8 % de los votos) se quedaron a las puertas del Bundestag.
Más tarde, en los años 70, surgieron “Los Verdes”, que en su actual formación “Los Verdes/Alianza 90” también gobernaron Alemania del 1998 al 2005 en coalición con el SPD. Sus 63 diputados han preferido desde entonces no coaligarse con ningún partido y formar parte de la oposición.
El más a la izquierda de todos los partidos representados en el Bundestag es “Die Linke” (“La Izquierda”), que defiende un socialismo radical y rechaza el modelo capitalista de la República Federal de Alemania. Es el partido más votado en el este de Alemania (la antigua Alemania comunista, República Democrática Alemana). Die Linke tiene actualmente 64 representantes en el Bundestag. Los demás “grupúsculos” (neonazis y comunistas), que no consiguieron superar el escollo del 5%, se quedaron en la calle. Actualmente gobierna en Berlín una coalición de conservadores demócratas cristianos (CDU/CSU) y socialdemócratas (SPD), bajo la batuta de Frau Merkel.
Aquí en España, además de los dos grandes partidos PP y PSOE, tenemos a varios pequeños partidos representados en el Congreso. Esto se debe a que, según nuestra Ley Electoral, cada provincia tiene garantizado un mínimo de dos escaños de partida, sea cual fuere el número de votos que haya sacado en los comicios. Si un partido no tiene votos suficientes para poder formar grupo parlamentario propio (para el que necesitaría un 15% de los votos emitidos en su circunscripción o 5% del conjunto nacional), o su grupo no le parece lo suficientemente fuerte para representar los intereses de su electorado, se suele unir (por el conocido principio de “unidos venceremos”) a otro gran grupo o forma un grupo mixto con otros pequeños partidos, generalmente de la misma tendencia ideológica. Este es el caso, por ejemplo, de Izquierda Plural, formación compuesta por Izquierda Unida, Iniciativa per Catalunya-Verds y Chunta Aragonesista y que, según las encuestas, se beneficiará del descontento de muchos votantes del PSOE. Su coordinador es Cayo Lara.
Un partido que está subiendo como la espuma, arañando votos a los dos grandes, es UpyD (Unión, Pueblo y Democracia). Su portavoz y cofundadora es Rosa Díez, que perteneció hasta 2007 al PSOE, ocupando varios cargos en el Parlamento Vasco y en la Eurocámara. En 2007, abandonó el PSOE para fundar junto al escritor Fernando Savater y otras personalidades vascas el partido UPyD.
En la actualidad, al calor del descontento y la desafección general con nuestro sistema electoral, han surgido un sinfín de “mini-partidos” (más de 71), que aún no están representados en el Congreso (algunos de ellos de carácter asambleario, de esos que organizan protestas en la calle) y que son un dolor de cabeza para los dos grandes. Son la voz de los que no todavía no la tienen en el Congreso de los Diputados. Uno de ellos es “Vox”, escindido del ala más derechista del PP, cuya meta es –según dicen– más democracia y más voz al pueblo. Los impulsores del nuevo partido son José Antonio Ortega Lara (el antiguo funcionario de prisiones que fue secuestrado por ETA) y el abogado vasco Santiago Abascal, que militó en el PP hasta el pasado año y que ha conseguido ganar para su proyecto al veterano catalán Alejo Vidal-Quadras, hasta ahora vicepresidente del Parlamento europeo, quien abandonó en 2013 el PP (al parecer, una reacción de enfado cuando se le comunicó que no se le pensaba incluir en un buen puesto de la lista de candidatos a las europeas) para unirse a la nueva formación política (según dicen las malas lenguas, un gesto barato del PP para intentar apaciguar a Mas, que tiene a Vidal-Quadras entre ceja y ceja desde hace tiempo porque a menudo dice verdades como puños que hacen mucha pupa a Convergencia i Unió y a su socio ERC).
También está dando mucho que hablar Ciudadanos-Partido por la Ciudadanía, de centro izquierda, fundado en Cataluña por un grupo de intelectuales en 2006, hasta hace poco de carácter regional (Ciutadans per Catalunya), muy parecido en su programa a UPyD y que, capitaneado por el abogado Albert Rivera, podría dar el salto al resto del país.
Muchas son pues las formaciones que exigen un fin de la corrupción, una política para el pueblo y no para los políticos, más igualdad social y una justicia más justa. Pero una vez más, el carácter individualista ibérico se pone de manifiesto: los partidos que no participan en la vida parlamentaria son incapaces de formar bloques, bajo el lema “la unión hace la fuerza”. Podría ser un buen nombre para un nuevo partido, que formase coalición con los demás descontentos, para crear una España más democrática y justa. Tal vez un paso así serviría de acicate para luchar por más democracia, que no vamos a encontrar en el PP, pero que sí lo podría realizar –si fuese capaz de renovarse para volver a ser creíble– el Partido Socialista Obrero Español, que se debe a los trabajadores y a la clase media y no a la CEOE, como el PP.
En resumen, también en España tenemos el problema del bipartidismo. La única diferencia es que los políticos alemanes piensan, por encima de los intereses partidistas o personales, primero en el bien de su país, lo que les lleva, como en la actualidad, a formar incluso una coalición con su adversario político. En España, por el contrario, en vez de buscar la colaboración colegial, los grandes partidos siguen atrincherados en sus antagonismos. Parece a veces que no hubiesen superado todavía la Guerra Civil, y especialmente a la derechona se le nota mucho su odio y su desprecio por “los rojos”. El carpetazo por parte del Gobierno de Rajoy a la Ley de Memoria Histórica (que al dejarla sin dotación presupuestaria en los Presupuestos Generales del Estado, ha sido prácticamente derogada), es sólo un ejemplo.
M.M./M.R.
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