En Feldkirchen, cerca de mi chalet, había un pequeño lago
en una Naturaleza de ensueño. Se habían apoderado de él, sin que la policía
interviniera (eso me extrañaba mucho de Alemania, que la policía no siguiese
órdenes católicas) unos grupos de nudistas, adeptos a la “cultura del cuerpo
libre” (traducción literal del alemán Freikörperkultur
= nudismo o naturismo).
Un amigo me pidió un día que le acompañara. Superando un
poco de miedo y complejo de inferioridad, fui con mi amigo para el lago. Mi
amigo, lo primero que hizo, fue ponerse en porretas y me invitó a que hiciese
lo mismo, cosa que rechacé colorado como un tomate. Mi amigo me explicó que el
nudismo era la liberación total del cuerpo
y del alma ante los múltiples poderes que nos oprimen. Me dijo que no
estaría bien visto que apareciese allí vestido y con corbata. Y que tampoco
estaba bien visto que me fijase demasiado en las chicas.
Llevaba mi amigo razón. Apenas entré en el “campamento”,
dos chicas de unos 17 años me rodearon. Una de ella me quitó la corbata y la
otra empezó a desabotonarme la camisa.
Para que no pensaran que era de la otra orilla, yo mismo me bajé los
pantalones. Por aquel entonces no se llevaban los vaqueros estrechos para
enseñar paquete. Me quedé en calzoncillos y constaté con alivio que mi
“compañero” sólo se mantenía en estado de alerta. Las chicas se rieron de mí,
pero en seguida me tomaron de la mano y me presentaron a sus amigos, que
tuvieron piedad con el novato.
He de reconocer que estar desnudo al aire libre da una
agradable sensación de pertenecer a la Naturaleza y de libertad. En aquel
laguito pensé, una vez más, en la diferencia con España donde vivíamos en un
calabozo con dos cerrojos: uno, la policía política, temible por sus torturas
en los sótanos de la Puerta del Sol, (Dirección General de Seguridad) y otro,
la no muy santa “madre Iglesia”.
En mi ciudad, el obispo (un becerro de mucho cuidado)
prohibió que hombres y mujeres se bañaran juntos (so pena de la consiguiente
multa), en la Piscina de Educación y Descanso. Los hombres se bañaban un día y
las féminas, otro. En las cabinas de los hombres había un gran cartel que
decía: “No sea usted efusivo con su amigo”. A una amiga mía alemana estuvieron
a punto de expulsarla por bajarse un poco el sujetador (¡y eso que estaba entre
mujeres!).
Estaba muy mal visto que una mujer llevase pantalones y
más todavía que fuese sin sostén. Sólo las “lobas” valientes lo hacían. En
cuanto a los hombres, estábamos sometidos a una estrecha vigilancia
político-“sexual”. Cerca de la ciudad corría un brazuelo del río Balazote, El
Palo. Allí iban a bañarse chicos y
chicas, que intercambiaban un par de besos. Los vigías colocados por nosotros
en puntos estratégicos, daban la voz de
alarma cuando avistaban el jeep de la guardia civil (predemocrática) que venía
a pescar incautos. También los municipales hacían de espías de la Iglesia en el
parque nocturno.
No quiero contarle batallitas de tiempos no tan lejanos.
Sólo que los jóvenes sepan y aprecien la suerte que tienen de vivir en una
democracia, aunque ésta sólo será auténtica cuando se legisle de una forma
ecuánime, se reduzca (cuando no desaparezca) el vergonzoso paro y cuando los
jóvenes talentos no tengan que emigrar a Alemania para poder ganarse la vida,
aunque algunas veces sólo estrechamente, porque también allí son susceptibles
de ser explotados. Claro que, en España, no tienen ni siquiera la oportunidad
de que los exploten.
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