En
España no ha habido nunca una auténtica revolución democrática que apoyase a
los liberales contra los conservadores (absolutistas), que, naturalmente,
tenían de su parte a la Iglesia católica.
De 1520
a 1521 hubo, ciertamente, una sublevación generalizada contra el rey flamenco
(alemán) Carlos I de España y V de Alemania, que estaba expoliando el parco
erario de Castilla para financiar como emperador alemán su guerra contra Lutero
y el protestantismo. El pueblo se cansó del dispendio del extranjero rey, que
estaba empobreciendo más todavía las exiguas arcas de Castilla. Carlos V (I)
empleó contra los comuneros soldados flamencos, que apenas hablaban el español.
Los líderes de la guerra de las comunas, Juan Padilla, Juan Bravo y Francisco
Maldonado fueron ejecutados públicamente al fracasar la lucha de las comunas.
España
tuvo una gran oportunidad de ser un país en vanguardia de la democracia al
aprobarse en Cádiz la Constitución de 19 de marzo de 1812 (conocida como “La
Pepa” por ser la festividad de San José). Este gran paso hacia el liberalismo
ocurrió durante la Guerra de la Independencia (1802-1814, contra los franceses).
José Bonaparte, hermano de Napoleón, no fue un mal rey, aunque impuesto desde
fuera. Injustamente, el pueblo le llamaba “Pepe Botella”, aunque era abstemio.
Durante
el aciago mandato del Borbón, Fernando VII, llamado el Deseado o el rey felón,
se desató una fuerte corriente antiliberal (antidemocrática). A España le cae
el baldón de ser el único país, donde las masas hayan gritado “Viva las
Cadenas” al paso de tan siniestro personaje, que con la ayuda de los llamados
Cien Mil Hijos de San Luis (franceses) consiguió aplastar el liberalismo e
imponer una régimen absolutista de terror.
Otra
oportunidad para una revolución pacífica en España, donde la diferencia entre
pobres y ricos empezaba a ser astronómica, fue la proclamación de la Primera
República, presidida por el político, filósofo y jurista, Francisco Pi y
Margall. Enemigo de la monarquía, fue partidario de un modelo federalista,
consiguiendo conjugar las ideas de Proudhon con tendencias del socialismo
democrático. En aquellos tiempos socialmente convulsos, la República duró de
1873-1884. Las fuerzas conservadoras la llevaron a pique. El general Pavía (que
debía de ser bastante bruto) entró con su caballo (y sable) en el parlamento,
que quedó disuelto. Se procedió a restaurar la monarquía en el gris Alfonso
XIII, quien ante las tensiones político-sociales y el rechazo popular de la
guerra en África, permitió a otro general, Primo de Rivera (padre de José
Antonio, fundador de la Falange), que estableciera una dictadura en España,
bajo sus órdenes claro está, no como Franco
que se hizo “rey” por su cuenta. Y cómo
terminó la Segunda República no es preciso repetirlo.
Lo que
sí hemos de repetir es que todos los demócratas, en tiempos convulsos, hemos de
estar vigilantes para que nuestra democracia se afiance y se siga desarrollando.
Y no quiero ni imaginarme si alguno de
los muchos políticos mediocres o impresentables que, apoyados por nuestro actual
e injusto sistema electoral, se sientan en las bancadas de nuestras Cámaras, llegase
a ser Presidente de una III. República.
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