Mi padre, cuando alguna noche no podía dormir por algún motivo o alguna molestia, solía decirnos por la mañana: "He pasado una noche toledana". Naturalmente, yo entendía que quería decir que había pasado la noche en claro, en blanco, sin poder pegar un ojo. Pero eso de "la noche toledana" despertaba en mí románticas asociaciones relacionadas con el Toledo que había aprendido en los libros de texto. Sabía que Toledo había sido la capital de los visigodos y luego una ciudad en la que habían convivido las tres culturas: la cristiana, la judía y la musulmana. En mi fantasía de niño estudiante de Bachillerato, Toledo era una ciudad legendaria, de tortuosos callejones, apenas iluminado con antorchas por las noches, en las que jóvenes caballeros enfundados en sus capas y armados de las famosas dagas y espadas toledanas, iban a cortejar en la rejas de las ventanas a bellísimas damas cristianas, moras o judías, de ojos tan negros como las noches de Toledo. Para mí, por eso, "una noche toledana" era una noche llena de aventuras, de sobresaltos, de caballeros que se batían con sus aceros bajo el resplandor de las estrellas. Me preguntaba: y "¿qué tiene todo esto que ver con la mala noche pasada por mi padre?" Pensaba que el dicho se refería a una noche tan agitada como las que se vivían en Toledo en los siglos pasados.
Posteriormente he descubierto, leyendo en diccionarios, que el origen de este dicho es mucho más prosaico de lo que yo me imaginaba. Tiene que ver con las legiones de mosquitos en la ciudad de Toledo, circundada por el Tajo, que forma a sus pies una especie de fosa u hoz semiempantanada. Antiguamente, cuando aún no se habían inventado las armas antimosquitos químicas como los sprays, y más sofisticadas y medioambientales como los modernos aparatos eléctricos con y sin pastilla (estos últimos, al parecer, emiten un sonido no audible por nosotros, pero tan molesto para los pequeños vampiros, que éstos huyen de él) el sufrido viajero tenía que defenderse en las posadas de los molestos insectos a zapatillazos, unos con tino y los más fallidos. Y así, escuchando el zumbido de las voraces hembras dípteras -como ustedes saben los mosquitos que chupan la sangre son las hembras- y tratando de acabar con ellas, la víctima se pasaba toda la noche sin dormir, en vela. De ahí: "pasar una noche toledana".
Hace algún tiempo que no he visitado la ahora capital de Castilla-La Mancha, pero me imagino un Toledo moderno, libre ya de esta plaga.
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