Hay una serie de personajes que, desde la niñez, siempre me han intrigado. Y supongo que también a muchos de ustedes. Uno de estos personajes es Picio, que tuvo que ser horrible pues hasta nuestros días ha llegado el dicho de que "es más feo que Picio". Y ¿"Carracuca"? con el tiempo se ha ido olvidando eso de feo, y Carracuca ha pasado a ser el símbolo de la longevidad: "más viejo que Carracuca". Los filólogos están de acuerdo en que Carracuca es un personaje imaginario. Yo creo que inventado por los andaluces. Andaluz era Picio, al igual que el legendario sargento de Utrera, que, por lo que parece, tampoco era un dechado de belleza. El académico José María Iribarren hace referencia a don José María Sbarbi, un estudioso de nuestros refranes y dichos, el cual afirmaba que Picio existió y que era andaluz, granadino por más señas. Era un zapatero del siglo XIX que por error fue condenado a muerte. Tuvo suerte y la sentencia no llegó a ejecutarse. Al ser indultado, del susto que pasó se le deformó la cara de tal manera que daba espanto a quien le veía.
Otro feo, además de cruel, de mucho cuidado tuvo que ser el moro Muza, con quien mi madre me asustaba cuando era malo: "que viene el moro Muza". Creo haber leído en algún lugar que el moro Muza era una reminiscencia popular de Almanzor, aquel horrible guerrero árabe de cuando la Reconqúista.
Otros nombres misteriosos se relacionan con la poca inteligencia, la estulticia. Ustedes habrán oído decir "es más tonto que Perico, el de los palotes". Unos dicen que ese Perico era hace más de un siglo el tonto de un pueblo que andaba por las calles tocando el tambor con dos palillos o palotes. Otros dicen que Perico se refiere al niño que aprende a escribir y hace palotes. Por otra parte, en "El diablo cojuelo" de Luis Vélez de Guevara (colección Austral, página 158) aparece un Perico, el de los Palotes como protodemonio. Los diablos hasta que aprenden su oficio pueden ser torpones.
Tan poco despabilado como Perico hubo de ser un tal Abundio, que, era como mínimo tan tonto como "el que asó la manteca". No he conseguido descubrir quién sería ese Abundio que, según el dicho, "vendió el coche para comprar gasolina", pero demuestra que hasta los tontos pueden hacerse famosos.
Y ya que estamos escribiendo de tontos, supongo que todos ustedes se acordarán de la expresión "ser tonto de capirote". El capirote es, entre otras cosas, un cucurucho de cartón cubierto de seda blanca, que se ponía en la cabeza de los disciplinantes en las procesiones de cuaresma. También era una especie de gorro puntiagudo que se colocaban los bufones para divertir a la gente en las calles. En el fondo, los bufones siguen existiendo, aunque ahora, en vez de salir a la calle con un capirote, aparecen en la televisión. No son, en realidad, tontos de capirote, sino tíos (y tías) muy listos que ganan muchos millones diciendo chorradas.
Con los tontos los españoles, que somos todos muy listos, tenemos poca compasión. Sólo hay que ver la de expresiones de que dispone nuestra lengua para llamar tonto a alguien. Prescindo aquí de todas aquellas locuciones con tonto relacionadas con partes poco presentables de nuestra anatomía y que son de dominio común. Las podemos oír incluso en boca de delicadas chicas y de muchachos. He aquí una pequeña selección más o menos castiza: Tonto de las narices, tonto (d)el bote, aloba(d)o, gili, panoli, pringa(d)o y percebe.
Por cierto, al percebe lo define el diccionario como "un crustáceo cirrópodo, que tiene un caparazón compuesto de cinco piezas y un pedúnculo carnoso con el cual se adhiere a los peñascos de las costas". ¡Ahí queda eso!
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