En uno de esos programas de la televisión española, tan abominable como toda esa especie de bodrios de cualquier televisión del mundo, en los que se combina el entretenimiento musical con juegos, concursos y entrevistas a "famosas" y "famosos" del mundillo nacional e internacional del cotilleo, la presentadora preguntó a uno de los invitados, un poquito entrado ya en años, a qué se debía que en los últimos tiempos viviera tan retirado. Apenas se le veía ya en fiestas y saraos de la gente guapa, "beautiful people", añadió la presentadora para que nos enterásemos mejor.
El famoso contestó: "Hombre es que a uno ya no le apetece mucho andar de picos pardos. Aunque el invitado estaba muy bien conservado, la expresión ya delataba que pertenecía a la generación por encima de los cincuenta, un ejemplar de lo que los jóvenes hasta hace poco llamaban un "carroza" o "una antigüedad.
Estaba yo pensando escribir algo sobre esa expresión que podía oírse con frecuencia en mis tiempos de juventud -aunque con un cierto tono de censura-, y me preguntaba por qué había desaparecido casi por completo su uso en la actualidad, cuando otra entrevista en el mismo programa, esta vez con un joven enfundado en unos angostos y descoloridos tejanos, con aspiraciones de rockero, me sacó de dudas. El joven decía a la presentadora: "Yo es que soy muy marchoso. Me va la marcha. Siempre estoy de botellón con los amigos y amigas".
Naturalmente, "andar de picos pardos" y "estar de marcha" no son expresiones idénticas, pero tienen un punto de coincidencia. Ambas son dos formas de divertirse, correspondientes a distintas generaciones y mentalidades. Nuestros padres y nuestros abuelos, en sus años mozos, andaban o se iban de picos pardos, es decir, de juerga o diversión, en lo cual también podía intervenir algún rollo (hoy sin importancia) con chavalas. A este respecto añade pudibundo el DRAE (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española) que la expresión también significa "ir a sitios de mala nota". En nuestros días la marcha puede consistir en irse a bailar a la discoteca, darle a la litrona o montar un botellón (con gran alegría del vecindario), meterle mano a la jai entusiasmado con sus bufas y, en el peor de los casos, hacerse la ruta del bakalao para ponerse morado de drogas (lo cual ocurre también con las pastillitas del botellón), que eso sí que es una pésima nota.
Volviendo a la expresión "andar de picos pardos": estoy seguro de que los españoles a partir de los 3o años nunca la han oído, y los que sí la conocen ignoran en absoluto su auténtico sentido. Confieso que yo conocía el dicho, pero tampco sabía su origen. Picado por la curiosidad investigué el asunto y hallé que en el siglo XIX, unas ordenanzas disponían que las mujeres públicas -las putas, dicho en lenguaje cervantino y para que todos nos enteremos- tenían que indicar su condición u oficio portando unos jubones o chales con los picos pardos. De esta manera se distinguía a "las mujeres de vida airada" (hoy diríamos "las trabajadoras del sexo") de las demás mujeres, con lo cual se evitaba que cualquier caballero, acometido por alguna incontenible necesidad de entrepierna, metiese la pata (ya que no otra cosa), confundiendo a una recatada doncella con una "lumi". En un principio, la expresión significaba, pues, acudir a prostíbulos, es decir, sin rodeos, echar un polvo. Después, con el uso se generalizó su significado en la acepción (también ya arcaica) de "echar una cana al aire", es decir, irse de ligue.
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