Racismo y xenofobia no significan lo mismo, aunque tengan elementos y reacciones en común. En términos generales, racismo es odiar o rechazar a otras personas por su raza, es decir, por ser distintos a nosotros o a nuestra más cercana comunidad. Los detalles en los que se asienta el racismo son el color de la piel, el hablar otro idioma o hablar nuestra lengua con acento. Una vez escribí en Alemania que mi (ligero) deje castellano al hablar alemán, que hacía que mis interlocutores alemanes me detectaran como "el otro", "el distinto", era como una piel que delatara que pertenecía a una etnia distinta. En honor a la verdad, en mis más de 40 años vividos en Alemania no he sido objeto de una clara discriminación racial. Al contrario, todos me trataban como a un igual, pero en ese "como" había subyacentes una serie de sutiles sentimientos, no todos negativos. He de apuntar aquí que existe un racismo negativo (rechazo) y un racismo positivo (el tratar a los otros como seres que necesitan una tutela, perdonándoles todas las faltas contra la sociedad que puedan cometer con una "explicación social", como puede comprobarse en algunas ongs y asociaciones en favor del "inmigrante"). El racismo, aparte de un fenómeno antihumanista, anticultural y repugnante, es, sin embargo, un fenómeno que pertece a la condición humana. No olvidemos que somos también parte del reino animal. Los animales, así pues, también el hombre, defienden por instinto su "territorio". Los perros marcan su "territorio" orinando en árboles y esquinas. Los leones, por poner otro ejemplo, defienden su territorio hasta que son tan viejos que su propio vástago lo expulsa de él.
Procuraré no emplear demasiado la palabra "extranjero". Todos somos extranjeros. Basta con que crucemos nuestras fronteras para adquirir esa categoría. Incluso en la Unión Europea existen los extranjeros comunitarios, es decir, los ciudadanos que pertenecen a la UE. Por eso, en Bruselas se decidió introducir una expresión nueva para resaltar el carácter de europero por encima de de "extranjero". Oficialmente se habla de "un ciudadano comunitario" o "un ciudadano de un país miembro de la Unión Europea". Todas las personas que quedan fuera de este denominación son "extranjeros". Pero volviendo al racismo. Este fenómeno no es privativo contra las personas de otro color de piel u otra lengua. También puede darse racismo en una misma nación. En España, en otros tiempos afortunadamente periclitados, existía auténtico racismo entre pueblos o aldeas vecinas, pero distintas. ¡Cuántas "guerras" no han librado los vecinos de Puerto Linares contra los de Casas Bajas! En los pueblos siempre se miraba a los de fuera, a los "forasteros", como "extranjeros", con las correspondientes sospechas e incluso, si se terciaba, agresiones. Y todavía hoy: ¿cómo se ve en algunas regiones a los gallegos, a los murcianos, a los andaluces? ¿No son los famosos chistes de Lepe una clara expresión de racismo? Y eso no ocurre solamente en España. En Alemania, que es el país que mejor conozco de Europa existe ese "racismo regional". "Prusiano" en Baviera puede ser casi un insulto. "Bávaro" en el norte de Alemania puede ser sinónimo de cateto, de pocas luces, rudo por su origen campesino. Colabora a esta discriminación el hecho de que el bávaro es una lengua casi incomprensible para el resto de los alemanes. Para el alemán medio el suabo es muy trabajador, pero también muy tacaño. A los sajones se les mira con antipatía por su acento. Podría multiplicar el número de ejemplos.
Existen varias clases de racismo: el étnico, el social y el económico. No es lo mismo un negro pobre que un negro rico, aunque en el fondón del alma de algunos, negro sigue siendo negro.
La inmigración ha incrementado el racismo en todos los países de Europa. Y lo malo es que inmigrantes ilegales se organizan en bandas criminales, lo que hace que el odio y el miedo de la sociedad identifique la parte con el todo. Si, por ejemplo, delincuentes rumanos cometen barbaridades, para la sociedad todos los rumanos son delincuentes, es decir peligrosos, lo cual es injusto. Mafias sudamericanas de narcotráfico no quiere decir, en absoluto, que todos los sudamericanos sean narcotraficantes. La gran mayoría de los inmigrantes observan una vida normal y respetuosa con la ley, pero sufren en su piel las consecuencias negativas sociales del delictivo comportamiento de determinados compatriotas.
La sociedad española no es racista. España, desde sus lejanísima historia, ha sido siempre un país acogedor. También ha cambiado bastante la mentalidad de países europeos con respecto a los inmigrantes, aunque en determinados países nórdicos, no muy grandes, han surgido partidos de corte fascista y racista contra los extranjeros. Uno de ellos, holandés, ha conseguido incluso un diputado en el parlamento. El miedo de estos países pequeños es que la afluencia masiva de "extranjeros" pueda mayorizar a la sociedad de acogida. Cuando el número de extranjeros sobrepasa los límites de la capacidad de asimilación de un país o de una sociedad, surge la alarma social y los choques.
Escribía al principio que racismo no era lo mismo que xenofobia, que es una palabra griega compuesta de los sustantivos "xenos" (extranjero, foráneo) y "fobia" (miedo). La xenofobia es pues el miedo al extranjero. Pero ¿no es también el racismo el miedo al otro, a lo que es dintinto a mí, al que cuestiona mi seguridad sobre mi terruño y, en definitiva, mi identidad? Este problema no puede solucionarse sólo policial- ni judicialmente, es preciso una intensa, objetiva y consecuente labor coordinada de sociólogos y psicólogos. Pero no caigamos en falsas disculpas frente a los "inmigrantes incorrectos": delincuentes no pueden ser exculpados ni defendidos en base a su "extranjería": esto es lo que denominaba "racismo positivo".
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