Liados, como estamos, en un gigantesco ovillo de cifras, deudas y rescates, poco sitio nos queda para reflexionar sobre asuntos no pecuniarios, en el campo de la ética y de la moral, que no cotizan en bolsa.
Uno de estos asuntos es la olvidada “memoria histórica”, fomentada por la izquierda y, por lo tanto, rechazada por la derecha. Memoria histórica no quiere decir abrir nuevas heridas, sino restañar las ya casi caducas, pertenecientes a las generaciones ya cercanas a la extinción. Se trata de que los jóvenes no se dejen engañar por parientes fascistas y aprendan objetivamente la verdad, monopolizada por el bando vencedor durante más de 40 años, y que algunos fósiles franquistas parecen querer resucitar a pesar de las evidencias.
Evidente es que en ambos bandos se cometieron barbaridades, pero el culpable, no en último lugar, fue el golpista general Franco. Es evidente que las atrocidades en el bando nacional fueron cometidas con la anuencia del llamado Caudillo (táctica: el terror), que permitió a la aviación nazi y fascista (Mussolini) bombardear a placer ciudades rojas españolas (en Alemania por fin se ha reconocido que fue la Legión Cóndor alemana, la que destruyó Guernica y también en Alemania se ha sabido, por fin, que 700 españoles dejaron su vida en el campo de exterminio de Mauthausen por deseo del general). Y millares de republicanos fueron fusilados por orden del sátrapa de El Pardo, en la posguerra. En fin, son muchos datos que sólo historiadores con solvencia democrática podrán reunir en un mosaico, sobre el cual debería estar escrito “Nunca más”.
¿Y la Iglesia? Cierto es que la persecución de los nacionalcatólicos franquistas fue extremada en el bando republicano, pero también es cierto que en el bando nacional fueron fusilados sacerdotes, en su mayoría vascos y catalanes. ¿Tendrá sitio San Pedro para tanto mártir? La verdad es que mártir de aquella maldita guerra, lo fue todo el pueblo español. Nuestros descendientes tienen derecho a saber toda la verdad.
Uno de estos asuntos es la olvidada “memoria histórica”, fomentada por la izquierda y, por lo tanto, rechazada por la derecha. Memoria histórica no quiere decir abrir nuevas heridas, sino restañar las ya casi caducas, pertenecientes a las generaciones ya cercanas a la extinción. Se trata de que los jóvenes no se dejen engañar por parientes fascistas y aprendan objetivamente la verdad, monopolizada por el bando vencedor durante más de 40 años, y que algunos fósiles franquistas parecen querer resucitar a pesar de las evidencias.
Evidente es que en ambos bandos se cometieron barbaridades, pero el culpable, no en último lugar, fue el golpista general Franco. Es evidente que las atrocidades en el bando nacional fueron cometidas con la anuencia del llamado Caudillo (táctica: el terror), que permitió a la aviación nazi y fascista (Mussolini) bombardear a placer ciudades rojas españolas (en Alemania por fin se ha reconocido que fue la Legión Cóndor alemana, la que destruyó Guernica y también en Alemania se ha sabido, por fin, que 700 españoles dejaron su vida en el campo de exterminio de Mauthausen por deseo del general). Y millares de republicanos fueron fusilados por orden del sátrapa de El Pardo, en la posguerra. En fin, son muchos datos que sólo historiadores con solvencia democrática podrán reunir en un mosaico, sobre el cual debería estar escrito “Nunca más”.
¿Y la Iglesia? Cierto es que la persecución de los nacionalcatólicos franquistas fue extremada en el bando republicano, pero también es cierto que en el bando nacional fueron fusilados sacerdotes, en su mayoría vascos y catalanes. ¿Tendrá sitio San Pedro para tanto mártir? La verdad es que mártir de aquella maldita guerra, lo fue todo el pueblo español. Nuestros descendientes tienen derecho a saber toda la verdad.
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