Hoy ya podemos asegurar que ninguna de las sucesivas reformas laborales que se han hecho en las últimas décadas ha servido para generar empleo; y, desde luego, las que se han sucedido en los últimos años solo tenían una misión, que los lacayos del sistema han bautizado con el eufemismo de flexibilidad laboral. A los empresarios (me refiero a empresarios en el sentido estricto de la palabra, no a las grandes corporaciones y compañías transnacionales) les vendieron tales reformas como la salvación de sus negocios; y los empresarios las apoyaron, sin darse cuenta de que eran la golosina con que se trataba de emboscar una mayor presión fiscal que acabaría por asfixiarlos. Lo estamos viendo ya; y lo veremos con tintes aún más sombríos en los próximos años, cuando todo el tejido de las pequeñas empresas haya sido devastado por un nuevo orden económico rapaz que busca la maximización del beneficio y el expolio sistemático de las clases medias.
En efecto, tales reformas laborales solo han servido para que los trabajadores sean despedidos a mansalva, sin una indemnización mínimamente decorosa; y, si algún improbable día vuelven a ser contratados, tales reformas laborales servirán para que lo sean en condiciones de oprobio, lindantes con la esclavitud, con sueldos cada vez más zarrapastrosos, vacaciones más magras y una jubilación remunerada cada vez más improbable, etcétera. Pero, como decíamos, los empresarios que han acogido con alborozo tales reformas laborales estaban, los pobrecitos, excavando su propia tumba: pues, cuanta más gente haya desempleada, cuanta más gente sea despedida con indemnizaciones birriosas, cuanta más gente sobreviva con sueldos de miseria, las posibilidades de que sus negocios prosperen se achicarán, pues no habrá nadie que pueda consumir los productos que tales negocios producen, distribuyen o venden; y, entretanto, tales empresarios verán cómo se los fríe a impuestos, tasas, cánones, contribuciones y demás gabelas. Me da mucha risa que los libros de texto con los que lavan el cerebro de nuestros hijos sigan repitiendo que, en el sistema feudal, la gente estaba aplastada por las exacciones; cuando lo cierto es que aquellos diezmos y primicias que pagaban nuestros antepasados eran una nonada, comparados con el expolio aniquilador que hoy padecemos.
El desmantelamiento de las clases medias, logrado a través de sucesivas reformas laborales despiadadas y exacciones crecientes, concluirá desembocando en un modelo de sociedad que tradicionalmente resultaba insostenible: allá en la cúspide, unos pocos ricos que nadan en la opulencia; abajo, masas depauperadas y lampantes. Pero el sistema sabe bien que una sociedad de este tipo es una bomba de nitroglicerina en potencia: por eso ha ideado mecanismos de beneficencia pública que ya no es, por supuesto, aquella quimera del llamado Estado de bienestar; pero que al menos asegura que esas masas de trabajadores desempleados y empresarios arruinados pueden mantenerse en un estado de pobreza controlada. Así se entiende, por ejemplo, la propinilla de los 400 euros para los parados de larga duración que instituyó el depuesto Zapatero; y a la que ahora ha dado el espaldarazo el deponible Rajoy. Un hombre al que le repartes una limosnilla de 400 euros es, desde luego, un paria; pero es un paria que tiene algo que perder si se revuelve contra quienes han causado su miseria. Y así, subsidiando a masas cada vez más ingentes para que se mantengan en un estado de pobreza controlada, es como el sistema piensa sostenerse durante las próximas décadas. No hace falta añadir que un hombre que gana 400 euros al mes no va a reactivar la economía (otra expresión que emplean con fruición los lacayos del sistema): se limitará a consumir aquello que más imperiosamente necesita para su subsistencia, que para entonces será la subsistencia de quien ha sido previamente animalizado: primero el pago de una solución habitacional infrahumana y la adquisición de comida basura presta para calentar en el microondas; después, conexión a Internet para que se idiotice frecuentando páginas guarras y soltando paridas en las redes sociales, teléfono móvil para amueblar su tedio con chácharas superfluas, televisión a embute, etcétera. Y para satisfacer tales demandas ya estarán las corporaciones y compañías transnacionales, dispuestas a atender sus necesidades básicas.
Jopé, qué suerte tenemos de vivir en el Estado democrático y social de Derecho. Hillaire Belloc lo llamaba, más propiamente, el Estado servil.
Fuente: XL Semanal
Autor: Juan Manuel de Prada
En efecto, tales reformas laborales solo han servido para que los trabajadores sean despedidos a mansalva, sin una indemnización mínimamente decorosa; y, si algún improbable día vuelven a ser contratados, tales reformas laborales servirán para que lo sean en condiciones de oprobio, lindantes con la esclavitud, con sueldos cada vez más zarrapastrosos, vacaciones más magras y una jubilación remunerada cada vez más improbable, etcétera. Pero, como decíamos, los empresarios que han acogido con alborozo tales reformas laborales estaban, los pobrecitos, excavando su propia tumba: pues, cuanta más gente haya desempleada, cuanta más gente sea despedida con indemnizaciones birriosas, cuanta más gente sobreviva con sueldos de miseria, las posibilidades de que sus negocios prosperen se achicarán, pues no habrá nadie que pueda consumir los productos que tales negocios producen, distribuyen o venden; y, entretanto, tales empresarios verán cómo se los fríe a impuestos, tasas, cánones, contribuciones y demás gabelas. Me da mucha risa que los libros de texto con los que lavan el cerebro de nuestros hijos sigan repitiendo que, en el sistema feudal, la gente estaba aplastada por las exacciones; cuando lo cierto es que aquellos diezmos y primicias que pagaban nuestros antepasados eran una nonada, comparados con el expolio aniquilador que hoy padecemos.
El desmantelamiento de las clases medias, logrado a través de sucesivas reformas laborales despiadadas y exacciones crecientes, concluirá desembocando en un modelo de sociedad que tradicionalmente resultaba insostenible: allá en la cúspide, unos pocos ricos que nadan en la opulencia; abajo, masas depauperadas y lampantes. Pero el sistema sabe bien que una sociedad de este tipo es una bomba de nitroglicerina en potencia: por eso ha ideado mecanismos de beneficencia pública que ya no es, por supuesto, aquella quimera del llamado Estado de bienestar; pero que al menos asegura que esas masas de trabajadores desempleados y empresarios arruinados pueden mantenerse en un estado de pobreza controlada. Así se entiende, por ejemplo, la propinilla de los 400 euros para los parados de larga duración que instituyó el depuesto Zapatero; y a la que ahora ha dado el espaldarazo el deponible Rajoy. Un hombre al que le repartes una limosnilla de 400 euros es, desde luego, un paria; pero es un paria que tiene algo que perder si se revuelve contra quienes han causado su miseria. Y así, subsidiando a masas cada vez más ingentes para que se mantengan en un estado de pobreza controlada, es como el sistema piensa sostenerse durante las próximas décadas. No hace falta añadir que un hombre que gana 400 euros al mes no va a reactivar la economía (otra expresión que emplean con fruición los lacayos del sistema): se limitará a consumir aquello que más imperiosamente necesita para su subsistencia, que para entonces será la subsistencia de quien ha sido previamente animalizado: primero el pago de una solución habitacional infrahumana y la adquisición de comida basura presta para calentar en el microondas; después, conexión a Internet para que se idiotice frecuentando páginas guarras y soltando paridas en las redes sociales, teléfono móvil para amueblar su tedio con chácharas superfluas, televisión a embute, etcétera. Y para satisfacer tales demandas ya estarán las corporaciones y compañías transnacionales, dispuestas a atender sus necesidades básicas.
Jopé, qué suerte tenemos de vivir en el Estado democrático y social de Derecho. Hillaire Belloc lo llamaba, más propiamente, el Estado servil.
Fuente: XL Semanal
Autor: Juan Manuel de Prada
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