Esperaba con impaciencia el primer discurso del rey Felipe VI y, lo cierto, es que lo hizo bastante mejor de lo que yo esperaba. Tranquilo, y al contrario que su padre que hablaba siempre como si tuviese la boca llena de gachas, el rey Felipe sorprendió a los telespectadores con una dicción perfecta y un lenguaje corporal que acompañaba en todo momento sus palabras. Los gestos con las manos eran adecuados y daban la impresión de seguridad en sí mismo.
El mensaje navideño me pareció correcto y estoy convencida de que don Felipe pisó muchos juanetes, especialmente los de Mas (cuando hablaba de Cataluña) y los de Rajoy (al referirse a la corrupción y a los recortes).
Mientras escuchaba al rey enfrentándose a las cámaras con una calma pasmosa y digna de un profesional experimentado, me iba apuntando las frases de su mensaje navideño que llamaron más mi atención. Empezaré por las que se refieren a la corrupción:
“Las conductas que se alejan del comportamiento que cabe esperar de un servidor público, provocan, con toda razón, indignación y desencanto” (…) “Es necesario evitar que esas conductas echen raíces en nuestra sociedad y se puedan reproducir en el futuro” (…) “Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción. La honestidad de los servidores públicos es un pilar básico de nuestra convivencia”.
Refiriéndose, sin nombrarlos, a los recortes, el rey dijo: “Debemos seguir garantizando nuestro Estado de Bienestar, que ha sido durante estos años de crisis el soporte de nuestra cohesión social, junto a las familias y a las asociaciones y movimientos solidarios. Algo de lo que debemos realmente sentirnos orgullosos”…
Aludiendo a las ansias independentistas de Cataluña, don Felipe manifestó: “Millones de españoles llevan, llevamos, a Cataluña en el corazón. Como también para millones de catalanes los demás españoles forman parte de su propio ser. Por eso me duele y me preocupa que se puedan producir fracturas emocionales, desafectos o rechazos entre familias, amigos o ciudadanos. Nadie en la España de hoy es adversario de nadie” (…) “La unidad es la que nos permitirá llegar más lejos y mejor en un mundo que no acepta ni la debilidad ni la división de las sociedades, y que camina hacia una mayor integración”.
Y, casi al final del discurso, Felipe VI añadió: “Regenerar nuestra vida política, recuperar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones, garantizar nuestro Estado del Bienestar y preservar nuestra unidad desde la pluralidad son nuestros grandes retos. No son tareas sencillas. No son retos fáciles. Pero los vamos a superar, sin duda; estoy convencido de ello. Tenemos capacidad y coraje de sobra. Tenemos también el deseo y la voluntad. Y hemos de sumar, además la confianza en nosotros mismos”.
Hasta aquí todo bien. Claro que yo hubiese esperado que el rey, en algún momento de la alocución, se refiriese también, aunque fuese de forma velada, a su hermana Cristina que acaba de ser acusada de dos delitos fiscales por los peculiares y delictivos “negocios” de su marido, Iñaki Urdangarin y todo parece indicar (a menos que se acepte el recurso contra el auto del juez Castro, que su defensa tiene la intención de presentar) que la Duquesa de Palma irá a hacerle compañía en el banquillo. Desgraciadamente, no fue así y, aunque sienta una cierta comprensión por sus motivos, me parece que don Felipe ha cometido esta noche un error garrafal. A mi modo de ver, la solución de ese delicado problema por parte de la familia real no pasa sólo por apartar a Cristina de Borbón de la Corte o, simplemente, silenciarla y hacer como si no existiese.
Desde su proclamación ante las Cortes Generales el 19 de junio de 2014, Felipe VI está demostrando tener prudencia, tacto, inteligencia y un talante moderador. Obviar hoy a su hermana no ha sido precisamente la jugada perfecta en esa batalla tan complicada que el rey tiene que librar día a día hasta poder recuperar la confianza de la mayor parte de la ciudadanía española en la Monarquía, que ha salido muy debilitada de los batacazos que la Casa Real se ha pegado en los últimos tiempos, y que se saldó con la abdicación de su padre, Juan Carlos I.
Margarita Rey
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