Aunque considero que los canales de televisión abusan de los programas de cocina (que muchos utilizan incluso de relleno cuando no tienen nada mejor que emitir), me declaro seguidora de algunos de ellos que, a mi juicio, no sólo son interesantes, sino que entretienen al público de una forma inofensiva, sana y sin zafiedades en este mundo de la telerrealidad en el que estamos inmersos por obra y gracia de los responsables de las cadenas que, desgraciadamente, viven pendientes de las cifras de audiencia.
Mis favoritos son “Pesadilla en la cocina” (La Cuatro), “Masterchef” (La 1) y “Top Chef” (Antena 3). Los tres son franquicias españolizadas de exitosos formatos anglosajones. En el primero, el chef Alberto Chicote intenta reflotar restaurantes en apuros, una tarea nada fácil pues, para conseguirlo, a menudo tiene primero que cambiarle el chip a sus dueños.
Los otros dos ya son harina de otro costal, pues se trata de dos “realities” que, por su complejidad técnica, no se pueden realizar en vivo, sino que se pregraban para luego emitirse en diferido. Mientras que Masterchef es una competición gastronómica en el que participan aficionados a la cocina, Top Chef es un concurso entre profesionales de los fogones que trabajan como chef en la restauración por cuenta ajena o en su calidad de propietarios de algún establecimiento. Ambos ofrecen al ganador sustanciosos premios en metálico y en productos, aunque presumo que para él lo más importante es, sin duda alguna, darse a conocer al gran público.
El miércoles tuvo lugar en prime time y con un récord de audiencia de 21,3% de cuota y 3.304.000 espectadores (máximo de temporada para el programa) la Final de Top Chef. La competición iba a ser difícil teniendo en cuenta los jueces que tenían que emitir su veredicto. Además de los dos "de la casa", Yayo Daporta y Susi Diáz, cinco Premios Nacionales de Gastronomía: Martín Berasategui Pedro Larumbe, Francis Paniego, Andoni Luis Ardúriz, Angel León, Toño Pérez, Carles Gaig formaron el jurado encargado de decidir quién de los dos contendientes se llevaba el codiciado título. En los palcos, amigos y familiares de los dos finalistas que habían acudido para alentarles. Para mi gusto, algunos allegados se desmadraron e hicieron demasiado ruido al animar a sus predilectos que, en más de una ocasión, corrieron peligro de distraerse con tanto alboroto.
El duelo entre los dos gladiadores del fogón, Marc Joli y David García prometía ser reñido. Y así fue. Aunque mi favorito era David García, apodado “Ratatouille” (¿se acuerdan de la peli con el ratoncito cocinero?), tanto por un cierto parecido físico con el prota como por su afición a los diminutivos (patatitas, salsita…), yo estaba convencida de que sería Marc Joli quien finalmente se haría con el preciado galardón. Después de todo, con esa suerte que le había hecho superar en numerosas ocasiones “la última oportunidad”, había conseguido batir a competidores tan preparados como Carlos Medina (“el broncas”), Fran Vicente y Víctor Rodrigo, un experto junto con Carlos en las más modernas tecnologías aplicadas en el campo de la cocina… Nada más y nada menos que Cocinero del Año 2012, Víctor estaba predestinado para llegar a la final de no haberse cruzado su camino con el de Marc, “el afortunado”. Por eso, no pudo esconder su desilusión cuando le tocó escuchar esa frase fatal de “coge tus cuchillos y vete”.
Tengo que confesar que a mí Marc Joli no me gusta nada. Ni como cocinero ni como persona. Frío, en ocasiones prepotente, no se había granjeado muchas simpatías entre sus rivales. Todo lo contrario de David. Su valía como cocinero, su humildad, su sensibilidad y su talento como mediador entre compañeros, no tardaron en convertirle desde un principio en uno de los predilectos dentro y fuera del plató. Precisamente esa sensibilidad y su físico (según contó él mismo, de niño era más bien gordito, ¡quién lo diría al verle ahora tan alto y espigado!) le hicieron ser víctima en la adolescencia de acoso escolar por parte de sus compañeros de clase. David lo pasó tan mal que se juró demostrarles a todos hasta dónde se puede llegar con trabajo y fuerza de voluntad.
Volviendo a Top Chef, desde el minuto uno los guionistas han tenido siempre preparada en la recámara alguna barrabasada para hacer sufrir a los concursantes, algo que tampoco podía faltar en este último programa de la temporada. La primera noticia fue buena: cada uno de ellos iba a poder contar con dos ayudantes para preparar el menú, que ellos mismos iban a poder elegir de entre sus antiguos compañeros eliminados. La segunda, la mala, era que la elección sería a ciegas, mediante la cata de unos platos que los aspirantes a pinches guisarían. Los platos se colocarían sobre una mesa y llevarían sólo un cartelito con un nombre de fantasía para la creación, de manera que nada pudiese indicar quién había sido su artífice. Todo un reto para los finalistas que corrían el riesgo de encontrarse en su equipo con algún colega no deseado.
Pero ambos tuvieron suerte. David pudo formar su equipo ideal (Victor e Inés), mientras que Marc tampoco se pudo quejar de las ayudantes (Teresa y Marta) que le cayeron en suerte. Dos horas iba a durar la batalla. Antes de ponerse manos a la obra, Chicote quiso espolear los dos finalistas con unas últimas recomendaciones: “Imaginaos el primer menú de vuestro restaurante: el menú soñado que cuente lo que sois y lo que queréis ser”.
Desde la lejanía, las siete lumbreras de la gastronomía española observaban atentamente el ir y venir detrás de los fogones. La seguridad de David organizándo el trabajo y su tranquilidad en todo momento les dejaron pasmados. Lo normal hubiese sido estar nervioso y algo descontrolado (como era el caso de Marc): al fin y al cabo era el título con toda su parafernalia lo que estaba en juego. También el menú de David (jurel marinado con gel vegetal, coliflor y ruibarbo; pichón en otoño con tubérculos, cacahuete y regaliz y, de postre, bizcocho de té macha, cítricos y especias) parecía algo más atractivo que el de Marc (“royal” de espárragos blancos y verdes con tartar de gambas; paletillas de conejo rellenas de ciruela con rollitos de acelga salteados y, de postre, mousse de chocolate con guindilla, sorbete de tomate y vainilla).
Finalmente, en ese duelo de titanes, fue David quien se impuso, alzándose así con el cuchillo de oro de esta segunda edición de Top Chef. Puede que los superchefs experimentaran en sus tres platos esa sensación que vale tanto o más que una técnica cinco estrellas: todo el amor a la cocina –herencia de su madre y de su abuela– que David les había insuflado al prepararlos.
Enhorabuena David y mucha suerte en tu recién estrenada carrera como “top chef”.
Margarita Rey
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