viernes, 5 de diciembre de 2014

Cultura: Retrato real

 

 

Cuando vi ayer la noticia en el telediario, inmediatamente se me ocurrió como título esa estrofa del tango “Volver” que interpretaba tan magistralmente Carlos Gardel: …"que 20 años no es nada". Pero hasta que empecé a escribir estas líneas ya me lo había pisado el diario El País. Claro que era bastante facilón.

Habrán, sin duda, adivinado a qué acontecimiento me estoy refiriendo. Sí, sí a ese, al gran evento cultural que tuvo lugar anteayer en el Palacio Real de Madrid: la inauguración de la exposición "El retrato en las colecciones reales. De Juan de Flandes a Antonio López" en la que se presentó, por fin, al público el “Retrato de la Familia Real”, rebautizado por causas de actualidad en “Retrato de la familia de Juan Carlos I.”, del gran Antonio López, para mí el mayor representante del realismo contemporáneo español.
 
Ni soy una experta en la materia ni voy a cansarles aquí con detalles sobre el pintor que cualquiera puede encontrar navegando en internet. Mi único objetivo es hacer unas pequeñas reflexiones sobre lo que más me ha llamado la atención del susodicho retrato que, entre nosotros, si les soy sincera, no me parece que vaya a pasar a la posteridad como la mejor obra del famoso pintor y escultor manchego.

Lo primero son los veinte años que Antonio López ha tardado en pintarlo. Veinte años, ¡ahí es nada! En ese largo camino se han producido tantos e importantes cambios que han convertido la obra en algo extravagante y no sólo por lo obsoleto de la vestimenta de las damas (la moda masculina no está afortunadamente sujeta a tantos cambios y más cuando se trata de esos atuendos clásicos y atemporales preferidos por los caballeros de la alta nobleza).
 
El espacio de tiempo desde que el artista empezara a crear los primeros bocetos y su presentación en sociedad el miércoles, ha dado lugar a tres bodas, un divorcio y una abdicación en el seno de la familia real: el enlace y el posterior divorcio de la infanta Elena; el casamiento de Cristina con un jugador de balonmano (un acto que se convertiría en trascendental al obligar años después a su padre, el Rey, a tomar dos dolorosas decisiones, la primera “repudiar” a Cristina por la imputación de su marido y su propia implicación en el caso Noós, alejándola por completo de la familia y de sus obligaciones como infanta), y finalmente, la más importante, su propia abdicación en favor de su hijo Felipe, quien en 2004 se había casado con la periodista Letizia Ortiz.

Desde la lejanía de la contemplación vía plasma, he podido constatar que en ese retrato el grupo familiar da una sensación de desvinculación, de alejamiento. Exceptuando a la infanta Elena, a quien don Juan Carlos abraza cariñosamente por el hombro, los demás componentes de la familia real sorprenden al espectador mirando al frente, esbozando una sonrisa cada uno por su lado, sin ninguna familiaridad entre sí, casi como si no tuviesen nada que ver el uno con el otro y como si estuviesen ahí por compromiso. ¿Sexto sentido del pintor o pura coincidencia?

Margarita Rey
 


 

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