La auténtica historia no se escribe sólo para solaz de los eruditos, sino para que no olvidemos y juzguemos con serenidad nuestro pasado colectivo, desde la llegada a nuestro país de los antiquísimos pueblos mediterráneos (como los fenicios), de los que también somos ascendentes o descendientes.
Un pueblo desmemoriado o con su historia falsificada corre el peligro de cometer los mismos errores. Así hay que entender la historia de nuestro reciente pasado dictatorial. Para escribir esta trágica parcela de la historia sería preciso reunir a historiadores imparciales, de esos que, ante hechos desfavorables para su ideología no recurren al “y tú más”, que odian e insultan a una parte y admiran y elogian a la otra, la suya.
Han sido numerosos los historiadores extranjeros que han escrito su versión sobre la guerra civil española y sobre la dictadura de Franco. Por muy objetivos que hayan sido, la memoria histórica que nosotros necesitamos ha de ser escrita por españoles. Han de superar mitos, leyendas y mentiras y escribir sobriamente lo que realmente ocurrió en ambos bandos. En primer lugar habría que señalar que el único responsable de la masacre fratricida fue un general africanista, Francisco Franco, que en su estrategia bélica incluía como factor imprescindible el terror en la población civil, (el alcohólico Queipo de Llano en Sevilla o el general Yagüe, (masivo asesinato de “rojos” en la plaza de toros de Badajoz, con espectadores que pagaron entrada para ver el espectáculo). También se tendrían que esclarecer las circunstancias en que murieron el general Mola, (“El Director”) “inspirador” del golpe de Estado contra la democrática, legal II República, que se vio desbordada por la insurrección de gran parte de los mandos militares y policiales (entre ellos, los más importantes quizá, los de la Guardia Civil). Los historiadores habrán de echar de una vez luz sobre la muerte del general Sanjurjo y la ejecución del jefe de la Falange, José Antonio Primo de Rivera. Estas muertes dejaron expedito el camino a Franco para convertirse en jefe absoluto del “Movimiento de partido único” (fusión de Falange con los carlistas), en generalísimo y Jefe del Estado. Al morir José Antonio su auténtico sucesor era Manuel Hedilla, que había insistido en que se mantuviesen “postulados” sindicalistas y de reforma social dentro de la Falange. Lo mismo pensaba José Antonio, que desde la cárcel mantuvo una correspondencia con Indalecio Prieto. Las “ideas revolucionarias” de Hedilla, heredadas de José Antonio, quedaron impresas en el futuro falangista como “revolución pendiente”, un término muy utilizado por el falangista excombatiente Girón de Velasco, ex ministro de Trabajo y de empresarios, organizados junto con los obreros en los llamados Sindicatos Verticales, en los que (hay que decirlo) se refugiaron bastantes anarquistas, socialistas y comunistas, desde donde trabajaron clandestinamente por la causa obrera.
Manuel Hedilla junto a José Antonio Primo de Rivera |
No es mi intención escribir aquí la memoria histórica. También habría mucho que matizar en el bando de la República, en el que, falta la República de medios para evitar las fechorías o detener a los autores (en su mayoría radicales de extrema izquierda) se cometieron ciertamente repugnantes delitos. Ni republicanos, ni socialistas, ni comunistas, todos empaquetados por el “Movimiento” como “rojos”, asesinaron a sacerdotes ni violaron a monjas. Fueron los llamados extremistas de “izquierdas”, que, aprovechando el desconcierto general, iban a su bola ideológica revolucionaria. Ni el PSOE ni el PCE se dedicaron a quemar iglesias y conventos, aunque no se puede obviar que la Iglesia Católica tomó desde el comienzo parte activa en la sublevación antidemocrática contra la República.
También el Estado Vaticano tomó parte en favor de los rebeldes (“la Cruzada”) y no hizo nada por intentar una reconciliación, que Franco tampoco quería ni al principio ni al final de la contienda (véase el caso del socialista Julián Besteiro, a quien el “Caudillo” prometió una rendición digna y acabó muriendo tuberculoso en una cárcel franquista).
Otra masacre, que merece una seria investigación, es la de Paracuellos del Jarama, que la dictadura siempre ha utilizado para demonizar a los comunistas y con ellos a todos los “rojos”.
Si los españoles conseguimos aceptar sin odio ni espíritu de revancha la mera realidad, tal vez dejen de existir esas dos Españas, que tanto daño hicieron secularmente a nuestro país y siguen como dos espadas de Damocles pendientes sobre nuestras cabezas, en perjuicio de la democracia y de la salud política de los ciudadanos.
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